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04/05/2011 | La muerte de Bin Laden y la guerra de Afganistán

Félix Arteaga

Bin Laden comenzó la guerra de Afganistán cuando ordenó derribar las torres gemelas el 11 de septiembre de 2011 desde su santuario afgano. Un mes más tarde, el Presidente Bush puso en marcha la Operación Enduring Freedom para desalojar a los talibanes del poder y evitar que el suelo afgano sirviera otra vez de santuario para quienes utilizan la yihad global para atentar contra Estados Unidos y sus aliados.

 

La operación militar en suelo afgano tenía ese objetivo estratégico y se incluyó dentro del marco de las estrategias estadounidenses de la Guerra contra el Terrorismo de 2003 y 2006. Sin embargo, la caída del régimen talibán no puso fin al riesgo de que al-Qaeda retornara de sus santuarios paquistaníes a Afganistán, ya que la insurgencia afgana comenzó a ganar influencia y territorio a partir de 2006. Posteriormente, el Presidente Obama ha cambiado la estrategia en Afganistán y Pakistán, siendo su objetivo estratégico actual el de “quebrantar, desmantelar y derrotar a al-Qaeda y a sus violentos asociados extremistas en Afganistán, Pakistán y en todo el mundo”, tal y como lo anunciara en la Academia de West Point el 2 de diciembre de 2010. Desde entonces en Afganistán se combate tanto contra el terrorismo como por la construcción del estado afgano.

 
La conexión talibán-al-Qaeda en Afganistán
Al-Qaeda y los talibanes afganos mantienen estrechas relaciones de interés,  pero no son lo mismo. Forman parte de la misma insurgencia y coinciden en su deseo de derribar al gobierno de Karzay y acabar con la presencia de fuerzas internacionales en territorio afgano, pero los talibanes están mucho más interesados en esos objetivos de su yihad doméstica que en los objetivos de la yihad exterior, que entusiasman a los seguidores de al-Qaeda. Los talibanes sostienen el grueso de la lucha contra las fuerzas progubernamentales de forma autónoma, sin depender de al-Qaeda para la dirección o financiación de las operaciones. Tampoco precisan ya de combatientes salafistas entrenados en la lucha contra Estados Unidos o sus aliados en otros frentes porque la insurgencia se basta para nutrir el reclutamiento de los talibanes.  Al-Qaeda ha ido perdiendo influencia sobre los talibanes afganos y se ha visto desplazada en las acciones tácticas por otros grupos salafistas con mayor capacidad combativa en Afganistán como la Red Haqqani y Lashkar-e-Taiba.

El Gobierno afgano y la coalición internacional han tratado de separar a los talibanes de al-Qaeda, facilitando la reintegración de los combatientes talibanes o la negociación con los dirigentes talibanes a cambio de distanciarse expresamente de al-Qaeda. Estos intentos no han tenido el éxito esperado porque los talibanes quieren mantener abiertas todas sus opciones y porque una vez que se ha puesto fecha a la salida de las tropas occidentales -entre 2011 y 2014- parece difícil negociar la salida a cambio de la denegación del santuario afgano. Mayor separación parece estar logrando el relevo generacional, que distancia a los jóvenes mandos insurgentes que combaten sobre el terreno en Afganistán de los viejos líderes yihadistas o talibanes que viven en la distancia y seguridad de los santuarios paquistaníes.

¿Facilitará la muerte de Bin Laden el fin de la guerra en Afganistán?   
En los últimos meses, los responsables estadounidenses han ido reduciendo la importancia de al-Qaeda en Afganistán, a la que dan un valor residual tras el acoso de las fuerzas de operaciones especiales sobre el terreno afgano y de los aviones no tripulados (drones) en sus santuarios de la frontera afgano-paquistaní, donde al-Qaeda ha ido perdiendo mandos importantes desde enero de 2009 como el jefe de operaciones exteriores, Saleh al Somalí. Al mismo tiempo, al-Qaeda ha ido explorando nuevos santuarios por ejemplo en Yemen o Somalia, por lo que resulta cada vez más difícil a las autoridades estadounidenses asociar a la organización terrorista con la guerra de Afganistán. Reducido el poder operativo de al-Qaeda en Afganistán, el problema estratégico es evitar que un futuro Afganistán liderado de nuevo por los talibanes pueda ofrecer albergue a al-Qaeda; pero eso no puede evitarse pues la coalición internacional ya tiene fecha de salida y, después de ella, todo puede cambiar. La muerte de Bin Laden no tiene por qué hacer cambiar el calendario o las condiciones de la transición (inteqal) a los responsables militares, pero, muerto Bin Laden y reconocida la importancia marginal de al-Qaeda en Afganistán, puede acentuarse la presión social por retirar las tropas cuanto antes. Al fin y al cabo, las fuerzas especiales, la inteligencia y los “drones” están demostrando más capacidad para luchar contra el terrorismo que las tropas y la asistencia internacional para construir el estado afgano.

Real Instituto Elcano (España)

 


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