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29/01/2006 | Hamás en el poder

Shlomo Avineri

LA victoria del grupo fundamentalista Hamás en las elecciones palestinas tendrá consecuencias de gran alcance para la región, algunas completamente inesperadas. Sin embargo, ya hay dos aspectos visibles.

 

La victoria de Hamás es, ante todo, un indicativo del fracaso total de los gobernantes tradicionales palestinos para crear un cuerpo político. Palestina no es aún un Estado, pero ya es un Estado fallido. Desde los acuerdos de Oslo de 1993 entre Israel y la OLP, los palestinos disfrutan de una autonomía provisional y limitada. Ciertamente, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) asumió el poder en condiciones difíciles, ¿pero qué nuevo movimiento de liberación no se enfrenta a graves dificultades cuando finalmente llega al gobierno?

La ANP tuvo la ocasión de establecer los cimientos institucionales de un Estado funcional. Pero, en lugar de proporcionar a la población la infraestructura necesaria -desarrollo económico, educación, asistencia social, servicios médicos, vivienda y rehabilitación de refugios-, la ANP dirigida por el partido Al Fatah de Yaser Arafat, gastó más del 70 por ciento de su magro presupuesto en una docena de servicios de seguridad y espionaje que compiten entre sí, descuidando las demás esferas de actividad. Creó lo que en árabe se denomina un Estado Mujabarat (de servicios de seguridad), muy parecido al que predomina en casi todos los países árabes -Egipto, Siria, Arabia Saudí-, ya sean repúblicas o monarquías.

El vacío dejado por la ANP en otras esferas, incluida la social, lo llenó Hamás. De hecho, su popularidad no sólo se debe a la ideología fundamentalista islámica y al empeño en destruir Israel. La alta estima en que los palestinos tienen a Hamás se deriva también de lo que esta formación hacía por ellos mientras la ANP malgastaba sus recursos. No fue sólo la corrupción endémica de los dirigentes palestinos oficiales la que apartó de ellos a tantos palestinos. Hamás creó mejores colegios, guarderías, comedores para madres, centros médicos, servicios de asistencia social y programas para jóvenes y mujeres; todo esto además de conceder becas especiales a las familias de los terroristas suicidas. En las elecciones, Hamás recibió su dividendo por hacer lo que no había hecho la Autoridad Nacional Palestina dirigida por Al Fatah.

Se mantiene la duda de si, una vez en el gobierno, Hamás se volverá más pragmática y menos interesada por el terrorismo: ciertamente es una posibilidad, y no se deberían juzgar de antemano los resultados. Pero tampoco está claro, por otra parte, que los órganos existentes de la Autoridad Palestina -en especial los servicios de seguridad a su disposición- vayan a permitir una transferencia pacífica del poder. De hecho, no existe tal precedente: nunca ha habido una transferencia pacífica del poder en ninguno de los 22 miembros de la Liga de Países Árabes.

Evidentemente, la respuesta de Israel a la victoria de Hamás se complicará porque el 28 de marzo celebrará sus propias elecciones y porque, debido a la incapacitación de Ariel Sharón sólo unas semanas después de abandonar el Likud y fundar un nuevo partido centrista, el Kadima (Adelante), el gobierno está dirigido por un primer ministro interino, Ehud Olmert. Pese a la ausencia de Sharón, el Kadima mantiene su liderazgo en las encuestas de opinión: la más reciente le dio 44 de los 120 escaños del Knesset (Parlamento), frente a los 21 de los laboristas y 14 para lo que queda del derechista Likud, dirigido por Benjamin Netanyahu. El éxito de Kadima se debe a la principal innovación que Sharón introdujo en la política israelí: la retirada con éxito de Gaza.

Dicha retirada se basó en la convicción de que las diferencias entre la postura israelí y la palestina son demasiado fuertes para permitir negociaciones significativas. Por consiguiente, Israel debe empezar a decidir unilateralmente las futuras fronteras del país, esperando que en una fase posterior se puedan entablar negociaciones. Ésta es también la línea adoptada por Olmert. Pero la victoria de Hamás da a entender que las diferencias entre el bando israelí y el palestino aumentarán aún más, y que las oportunidades de alcanzar una solución negociada se retrasarán todavía más en el futuro. Esto hace que los pasos unilaterales israelíes -como un conjunto parcial de retiradas de áreas seleccionadas de Cisjordania- sean la única opción viable. La gestión realista del conflicto sustituirá a las esperanzas utópicas de resolución del mismo.

En una región llena de paradojas, la victoria de Hamás tal vez haya añadido otra más: por lo general, cuando los extremistas de un bando adquieren más fuerza, hacen el juego a los extremistas del otro bando, produciendo un peligroso efecto de espiral. Sin embargo, en este caso, la victoria del extremista Hamás quizá no fortalezca a los extremistas del Likud, sino, sorprendentemente, a los centristas más moderados de Kadima. Naturalmente, no podemos estar seguros de que ése vaya a ser el desenlace, pero ahora es lo mejor que se puede esperar siendo realistas.

(*) Catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea y ex director general del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí.

© Project Syndicate, 2006

ABC (España)

 


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