Amberes está descubriendo estos días que, como tantas otras cosas, los diamantes quizás no sean para siempre. Este lucrativo negocio no es ajeno a los cambios que impone la globalización y existe el temor de que el brillo de las preciadas piedras abandone la ciudad. "El mundo de los diamantes anda revuelto estos días", confía apresurado un corredor de diamantes en plena Hovenierstraat, en el barrio del diamante de la ciudad belga. Por Amberes pasa alrededor del 80% de los diamantes en bruto que se compran y se venden en el mundo. Incluso a simple vista se observan algunos cambios: los comerciantes judíos con sus sombreros, barbas y largos abrigos oscuros son minoría en estas calles, plagadas ahora de comerciantes indios.

En los buenos tiempos se contaban hasta 25.000 artesanos del diamante en Amberes y la región de Kempen. Trabajaban en pequeños talleres con una laboriosidad y paciencia ahora impagables. Hoy quedan entre 800 y 1.700 artesanos lapidarios. Como los de la factoría Krochmal & Lieber, especializada en los diamantes de más quilates, aquellos que exigen un corte más preciso y donde el precio de la mano de obra no es tan importante dado el elevado valor final del producto. Las instrucciones de cada encargo se escriben en diminutos pliegos de papel donde después se entregará la piedra con el sello de calidad que implica el corte de Amberes. Restos de un tiempo pasado.

El negocio del tallado y pulido de diamantes hace tiempo que abandonó la ciudad belga en beneficio de India. En Jaipur y Surat se cuentan por decenas de miles los artesanos lapidarios, a precio de ganga para los estándares de Occidente. En la antigüedad, los diamantes se extraían y pulían en el subcontinente y sólo llegaron a Europa en el siglo XV, con la apertura de la ruta directa entre India y Lisboa por Vasco da Gama. Venecia estaba conectada con Amberes vía fluvial y fue así como el negocio floreció en el norte de Europa. En cierto modo, India recupera ahora lo que era suyo. "No podemos competir", afirma resignado Eduard Denkens, presidente de la federación belga de fabricantes de diamantes. "Pueden hacer casi de todo igual de bien. Tienen hasta las mismas máquinas que nosotros y mano de obra barata, ¡y aun así los indios envían diamantes a China, porque allí aún es más barato!". El negocio está lejos de tener la transparencia de sus piedras -todas las operaciones se pagan en efectivo- y las cifras son escasas y poco fiables, pero parece claro que el 80% de los diamantes del mundo son pulidos por manos indias, sobre todo los de valor más bajo. El objetivo de Amberes es mantenerse como plaza de referencia para el comercio y no perder el lucrativo negocio del pulido de las piedras más caras y sofisticadas. Pero parece difícil contener la expansión india.

"No es que no sepamos tallar los diamantes como los belgas o los rusos, podemos hacerlo y lo haremos" afirma Shah Abhaymar con auténtico orgullo indio. La oficina de este comerciante se encuentra, como las de más de cien compatriotas, en la Antwerpen House of Diamond, un fortificado edificio en el barrio del diamante frente a una pequeña sinagoga, reflejo del tradicional control judío del negocio en la Jerusalén del norte.

Los belgas dan casi por perdida la producción. Ahora preocupa que controlen el comercio. "Al menos un 60% de las transacciones está en manos de indios", asegura Denkens; el resto del mercado estaría controlado por belgas y judíos. Existe el temor de que se queden en Bombay o se pasen a nuevas plazas emergentes, como Dubai. Amberes exhibe sus mejores bazas para mantenerse como centro mundial del negocio: el conocimiento experto de cinco siglos de historia, sus laboratorios de certificación e investigación, las cuatro bolsas del diamante que operan en la ciudad y, lo más importante, la estabilidad política, algo con lo que no pueden competir las nuevas plazas, ni Kiev ni Israel, otros centros tradicionales. La pujanza india ha llevado a más de un conflicto en el cerrado mundo del diamante en Amberes, controlado por el poderoso Alto Consejo del Diamante. Los empresarios indios reclaman mayor representación en sus órganos de dirección. De momento no lo han logrado.