A juzgar por lo que me dijo en una entrevista el ministro de Cultura de Brasil, el mundialmente famoso cantante Gilberto Gil, toda la región parece estar moviéndose en ese sentido. Brasil está promoviendo activamente una recientemente aprobada Convención de las Naciones Unidas para la Protección y la Promoción de la Diversidad Cultural, según la cual los países miembros tienen derecho a ''tomar todas las medidas adecuadas para proteger'' sus ``expresiones culturales''.

La convención fue aprobada en octubre por 148 votos a 2 --los Estados Unidos e Israel se opusieron-- en la conferencia general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Se convertirá en un tratado obligatorio una vez que la ratifiquen 30 países, algo que probablemente suceda pronto. Canadá ya la ratificó, y varios países de América Latina, así como la Unión Europea, están en el proceso de someterla a sus respectivos parlamentos.

''Nosotros apoyamos esto muy fuertemente'' me dijo Gil durante una visita a Estados Unidos para inaugurar un centro cultural brasileño en el Centro para las Artes Escénicas de Broward, Florida. ``Es necesario no dejarse sofocar por la presencia demasiado inescrupulosa de los productos (culturales) extranjeros''.

Preguntado sobre si Brasil está proponiendo que los países latinoamericanos hagan algo como Francia, que exige el 40 por ciento de todas las películas exhibidas en el país sean producciones nacionales, Gil respondió con un sí condicionado.

''Los países deben buscar la forma de sostener sus industrias'' dijo el ministro. ``Y si las cuotas, o sea la discriminación positiva, pueden servir como un mecanismo de ayuda de defensa del producto nacional, deben ser utilizadas con moderación, con criterio, pero con certeza''.

Varios países en la región ya tienen leyes de contenido nacional, según las cuales un cierto porcentaje de sus programas de televisión deben ser producidos localmente. Pero mientras que la televisión está fuertemente regulada por el Estado en casi todos los países, la convención de la Unesco permitiría que estas prácticas se extiendan a otros productos menos regulados, como las películas, la música y los libros.

El gobierno del presidente Bush teme que la convención sea usada para adoptar medidas proteccionistas que vayan mucho más allá de los productos culturales, y que algunos gobiernos la utilicen para restringir lo que sus ciudadanos pueden ver, leer o escuchar.

En una entrevista telefónica desde París, Francia, la embajadora de los Estados Unidos ante la Unesco, Louise Oliver, me dijo que la convención ''pordría ser malinterpretada muy fácilmente o usada incorrectamente, dada la vaguedad de su lenguaje''. Por ejemplo, el texto de la convención deja a juicio de los países definir qué es una ''expresión cultural'', señaló.

''En el caso de Francia, ellos han dicho que el vino es la esencia de su cultura. ¿Eso significa que la producción de vino está incluida en esta convención en una forma que les permitiría proteger esa industria?,'' preguntó Oliver. ``Brasil puede decir que el café es un tesoro cultural. ¿Cómo saber cuándo un producto es un objeto cultural, y cuándo es un objeto de comercio?''

Los funcionarios de la Unesco dicen que los temores de Estados Unidos son infundados.

''Cuando preparamos esta convención nos aseguramos de que estuviera realmente relacionada con los temas que trata la Unesco: la educación y la cultura, y no el comercio'', me dijo Mounir Bouchenaki, un alto funcionario de la Unesco. ``El proteccionismo no es el espíritu con que usamos la palabra ``protección''.

Cualquiera que sea el caso, y aún en el caso de que sólo se aplique a productos culturales, la convención podría tener un gran impacto en el comercio mundial. Según cifras de las Naciones Unidas, el comercio cultural a nivel mundial se ha duplicado en la década pasada, y llega actualmente a los $60,000 millones por año. Los Estados Unidos, Gran Bretaña y China representan el 40 por ciento de todas las exportaciones culturales del mundo, mientras que América Latina y el Caribe sólo el 3 por ciento.

Mi conclusión: no hay duda de que América Latina, con sus excelentes producciones cinematográficas y algunos de los mejores músicos del mundo, debe hacer algo urgentemente para aumentar ese vergonzoso 3 por ciento de las exportaciones mundiales de productos culturales. Y aunque no les guste a los defensores ortodoxos de la libre empresa, quizás sea necesario que los países de la región le den más apoyo financiero a sus creadores culturales.

Sin embargo, poner cuotas de contenido nacional para restringir los productos de Hollywood podría ser contraproducente. Además de cercenar el derecho de la gente a elegir, y crear un terreno fértil para la corrupción y la censura política, el proteccionismo cultural sólo serviría para crear industrias culturales mediocres y parroquianas, que serán aún menos competitivas en el mercado cultural mundial.