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14/02/2011 | ¿Nueva ola democratizadora?

Manuel Gómez Granados

Ahora que Hosni Mubarak ha caído, y una Junta Militar asumió el poder en Egipto, es inevitable recordar que en 1989, cayó primero el muro del Berlín y luego, como en una especie de efecto dominó, cayeron las naciones de la llamada Cortina de Hierro, así como el origen tanto del muro, como de la cortina: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

 

Aquella ola, junto con la que barrió, para bien, a América Latina desde finales de los ochenta hasta principios de los noventa, fue vista como el inicio de una era que permitiría dejar atrás muchos problemas y abrió grandes esperanzas.

Las expectativas eran muchas. Se habló, por ejemplo, del “dividendo de la paz”, es decir, las naciones ya no tendrían que invertir en armamento por la Guerra Fría, pues se había terminado con lo que provocaba ese gasto.

Algo parecido ha ocurrido en las últimas semanas en algunos países de mayoría islámica, tanto en África como en la península Arábiga, que han despertado expectativas del inicio de una nueva ola democratizadora que resuelva los problemas de países como Túnez, Siria y, el más famoso de todos, Egipto.

Ojalá que así sea. Nada mejor que el bálsamo de la democracia para resolver los problemas de la convivencia en sociedad; el problema, sin embargo, es que a diferencia de lo ocurrido en Europa Oriental y en América Latina en los ochenta y los noventa, los países de mayoría islámica de África y Medio Oriente, enfrentan una realidad muy distinta y muy compleja.

La más notable es el surgimiento, luego de la revolución iraní, de una variedad integrista del Islam, marcada por su radicalismo, su indisposición al diálogo y la intolerancia de otras religiones que luego sería financiada por los rebeldes de la familia real saudita, para darle vida a Al Qaeda. No en balde, la revolución iraní de los setenta, que derrocó al gobierno despótico de Muhammed Reza Pahlevi, instauró un régimen que gana elecciones, pero no respeta los derechos humanos.

El régimen de los ayatolaes iranios hizo viable en la imaginación del mundo árabe la construcción de gobiernos orientados por la Sharia, la ley islámica, que resuelva problemas de distribución de la riqueza, justicia e inclusión, pero sin respetar los derechos de las mujeres, las minorías religiosas, los ateos y los extranjeros. Es el Islam de Al Qaeda, y en Egipto el de la Hermandad o Fraternidad Musulmana.

La Hermandad provoca miedo dentro y fuera de Egipto. Tanto que John McCain, el poderoso senador y ex candidato presidencial de Estados Unidos, ha dicho que todos pueden y deben participar en las discusiones sobre el futuro de Egipto, menos la Hermandad.

Lo más probable es que la nueva Junta Militar los excluya, formal o informalmente, por lo que la propia Hermandad ha anunciado, luego de la caída de Mubarak, que no participará en esta etapa de la transición. 

Es importante observar que —a diferencia de Europa Oriental o América Latina— en Egipto, Mubarak ha sido sustituido por una junta militar, figura que presagia males para el futuro inmediato, pues los militares eran un elemento clave del régimen caído, por lo que no sería difícil que en esta nueva era, atestigüemos el inicio de un nuevo régimen autoritario que, por el temor a la Hermandad, contaría con el beneplácito de Estados Unidos, de la Unión Europea y de Israel, que apenas había logrado acuerdos multianuales con Mubarak para garantizar el suministro de gas natural.

Conviene recordar que Mubarak justificó mucha de la represión, que provocó las protestas iniciadas el 25 de enero, como parte de su estrategia para frenar la influencia de la Hermandad. Al hacerlo, sin embargo, se olvidaba que la Hermandad no es la enfermedad; es uno de los síntomas de una enfermedad más compleja en el Medio Oriente que tiene que ver con la distribución del ingreso y, sobre todo, con los costos de los procesos de modernización.

Lo último que necesita Egipto, en esta nueva etapa, es repetir los mismos errores que cometieron Mubarak y otros dictadores de Medio Oriente al pensar que deben reprimir el componente religioso de la protesta social para resolver los problemas. La ciudadanía de Egipto se manifestó y expresó que desea un cambio. 

En las democracias todas las voces cuentan y deben ser escuchadas; las democracias no se construyen al negar derechos como la libertad religiosa. La democracia requiere del respeto de la libertad religiosa, así como del respeto a todos los derechos humanos. Negar la dimensión religiosa o respetarla sólo de manera parcial, según los intereses políticos del momento, abre la puerta a mayores conflictos.

manuelggranados@gmail.com

La Crónica de Hoy (Mexico)

 


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