Egipto también adoptó una política de "se vende todo" similar a Túnez, pero a lo grande. Egipto lleva cuatro de los últimos cinco años en la lista de los diez principales "reformadores". Entre los años 2004 y 2009, Egipto logró atraer capital extranjero por un valor de 42.000 millones de dólares”.
Les da tanto una revuelta contra el doloroso
deterioro de la situación económica como un movimiento contra un dictador y un
régimen corrupto que ha durado 29 años, aunque ambas cuestiones están
vinculadas. Por eso ha desencadenado tal estallido de rabia el anuncio del
presidente Hosni Mubarak de que se mantendrá en el poder hasta septiembre.
Esperar
no sirve de mucho cuando la gente se enfrenta a un futuro sombrío y en un país
secuestrado por un régimen corrupto que, entre otras cosas, ha desestabilizado
la economía por medio de lo que la CIA ha denominado una "agresiva
búsqueda de reformas económicas para atraer la inversión extranjera" (lo
cual significa: la privatización y venta del sistema financiero y las tierras
del país a los especuladores internacionales).
Mohamed
Buazizi, el joven de 26 años que catalizó la revolución en Oriente Medio, no se
inmoló en protesta por su imposibilidad de votar, sino por la angustia causada
por su situación laboral en un país con una tasa de desempleo del 15,7%. Los
otros seis hombres que han seguido su ejemplo en Argelia, Egipto y Mauritania
también eran desempleados
El
desastroso entorno económico de Túnez ha sido un resultado directo de una
política cada vez más liberal hacia los especuladores extranjeros. De los cinco
países cubiertos por el indicador de inversión por sectores del Banco Mundial,
Túnez es el que presentaba menos límites a la inversión extranjera. Abrió todos
los sectores de su economía, menos el eléctrico, a la propiedad extranjera.
Egipto
también adoptó una política de "se vende todo" similar, pero a lo
grande. Entre el 2004 y el 2008, mientras el sistema bancario estadounidense y
su máquina de creación de activos tóxicos estaban alimentando la crisis
económica mundial, el régimen de Mubarak participaba en ella de un modo
diferente. No colocaba préstamos subprime a los egipcios, pero estaba embarcado
en una estrategia económica que comportaba la venta de grandes porciones de los
bancos egipcios a los mayores postores internacionales.
El
resultado fue un festival de adquisiciones extranjeras de bancos en el centro
de El Cairo. Empezó en el 2005 con la compra por parte del banco griego Piraeus
del 70% de las acciones del Egyptian Commercial Bank, e incluyó en el 2006 la
venta del Bank of Alexandria, uno de los cuatro mayores bancos estatales, al
banco italiano Gruppo Sanpaolo IMI. Durante los siguientes dos años, el dinero
"caliente" inundó Egipto, a medida que los bancos internacionales se
introducían en el país y en su sistema financiero, hasta que esa entrada se
estabilizó en el 2008.
Al
tiempo que se establecían los bancos extranjeros, también se eliminaron los
trámites burocráticos relacionados con la inversión inmobiliaria extranjera.
Eso transformó el país, que ya era un gran centro turístico, en un imán para la
especulación inmobiliaria mundial. (Algo que funcionó a las mil maravillas en
Irlanda). Incluso uno de los fondos de Goldman Sachs en el Reino Unido entró en
el juego y compró por 70 millones de dólares una parte de Palm Hills
Development SAE, una promotora inmobiliaria de lujo.
Otros
países de la zona, como Jordania, donde el desempleo es del 13,4% y la tasa de
pobreza del 14,2% (como en EE. UU.), intentaron imitar en diverso grado las
políticas "abiertas" de Egipto. Por eso, ocho de los veintiún bancos
que operan en Jordania están hoy en manos extranjeras; y por eso su mercado de
los seguros está dominado por la compañía estadounidense MetLife American Life
Insurance Company. En Argelia, diez de los veintidós bancos son propiedad
extranjera.
Sin
embargo, fue Egipto el país que mejor lo hizo. Entre el 2004 y el 2009, atrajo
capital extranjero por valor de 42.000 millones de dólares en tanto que uno de
los principales "destinos" de la inversión en Oriente Medio y
África.se vio facilitada por la ausencia de restricciones a la inversión
foránea y a la repatriación de los beneficios, así como por la ausencia de
impuestos sobre los dividendos, las plusvalías o el interés de los bonos
corporativos. Como consecuencia, el volumen del mercado de valores egipcio se
multiplicó por más de doce entre 2004 y la primera mitad de 2009.
Egipto y
los Emiratos Árabes Unidos llegaron a eliminar los requisitos mínimos de
capital para la inversión, lo que significó que los especuladores podían
comprar lo que quisieran, sin pagos iniciales, una práctica que no resultaba un
incentivo para que se quedaran mucho tiempo.
Sin
embargo, como hemos aprendido en EE. UU. lo que sube con helio artificial se
desploma bajo la gravedad de verdad. A partir de la segunda mitad del 2009, a
medida que los precios del petróleo fueron cayendo desde sus máximos de
mediados del 2008, los bancos extranjeros rebajaron drásticamente su capital en
los países árabes. El dinero "caliente" empezó a enfriarse. Incluso
en los ricos Emiratos Árabes Unidos, la velocidad de salida de capital colocó
los niveles de capital extranjero en los que existían en el 2004, en una
demostración palmaria de lo provisional, voluble e irresponsable que puede ser
el capital especulativo internacional. Cuando el dinero "caliente" se
enfría, lo que hace es irse y dejar tras él la devastación económica.
Sin que
constituya sorpresa alguna, esas estrategias de especulación extranjera no
supusieron menos pobreza ni tampoco más puestos de trabajo. De hecho, la
insaciable búsqueda de buenos negocios por parte de bancos, fondos de cobertura
o fondos de capital riesgo, tuvo como es inevitable el efecto contrario.
Siempre
que el dinero "caliente" se deja ver en un lugar geográfico o un
producto financiero crea la apariencia de mejora económica. Pero cuando
desaparece por la puerta, ese espejismo es sustituido por un crudo declive.
En marzo
del 2010, en un esfuerzo por mantener la entrada de capital extranjero, el
Ministerio de Inversión egipcio utilizó un lujoso folleto para loar las
virtudes del país a los inversores. El documento mencionaba con orgullo que
Egipto era uno de los diez principales "reformadores" del mundo,
según informaban el Banco Mundial y su institución afiliada International
Finance Corporation. Por supuesto, la definición de "reformador" del
Banco Mundial no tiene nada que ver con la situación de los ciudadanos, sino
con el grado y la velocidad con que puede entrar y salir de un país el dinero
"caliente" internacional. Egipto lleva cuatro de los últimos cinco
años en la lista de los diez principales "reformadores" (un honor
compartido con Colombia, donde el desempleo urbano ha superado el 13%).
De modo
paradójico, el folleto promocionaba la gran población de licenciados
universitarios que entraba todos los años en el mercado de trabajo: 325.000.
Esos mismos licenciados se encuentran hoy en el corazón de la revolución. No
lograron encontrar trabajos adecuados y se enfrentan a una tasa oficial de
desempleo justo por debajo del 10% (aunque similar a la de EE.UU. y otros
países, ese porcentaje no tiene en cuenta el subempleo, la poca calidad del
empleo ni las perspectivas a largo plazo). Mientras tanto, el 20% de los
egipcios vive en la pobreza (el 14% en EE.UU., y aumenta).
Cuando
un país cede el sistema financiero y el bienestar económico de la población a
la búsqueda de "buenos negocios" por parte de otros, el desastre acaba
siendo considerable. Los préstamos subprime no han sido, como en el caso de
EE.UU., uno de los problemas de Egipto; sí que lo ha sido, en cambio, la
envenenada inversión inmobiliaria extranjera. Además, los bancos extranjeros
convencieron a Egipto de que emitiera complejos títulos con unos derivados
insensatos (al modo de Grecia). Unos títulos cuyo valor se desplomó cuando los
especuladores extranjeros los rechazaron. En este momento, los diferenciales de
los seguros contra impago basados en la deuda egipcia (y la de otros países
árabes) han perdido sustancialmente su valor, ya que los especuladores
internacionales apuestan por nuevos desórdenes y lanzan sus dardos contra
Egipto como si fuera otro número más de la diana.
Los
ciudadanos que protestan en las calles desde Grecia hasta el Reino Unido y más
claramente desde Túnez hasta Egipto quizá se rebelan por razones nacionales y
contra gobiernos concretos, pero comparten un vínculo común. Se rebelan contra
un mundo que llena los bolsillos de quienes se enriquecen con "buenos
negocios" y hace correr con los gastos a las personas normales y
corrientes. Ese vínculo es mundial. Unas protestas similares podrían estallar
en Colombia y Ghana. Y quizá algún día en EE.UU.
Y es que
en EE.UU. las estadísticas económicas no son mejores. En realidad, según
determinados parámetros (como la desigualdad en los ingresos), son peores que
en Egipto. Lo que ocurre es que en EE. UU. no hay un malvado dictador que pueda
convertirse en un objetivo común de, por ejemplo, una revolución económica
estadounidense.
En EE.
UU. los ciudadanos eligen libremente a los políticos que hacen campaña con
fondos corporativos y desregulan el sistema financiero, que rescatan bancos
enteros en lugar de rescatar a los titulares individuales de las hipotecas y
que mantienen bajos los ingresos fiscales de las corporaciones mientras
aumentan las inspecciones fiscales a las pequeñas empresas y los individuos que
luchan por salir adelante. En EE.UU. los ciudadanos eligen a los dirigentes que
gobiernan la creciente desigualdad en los ingresos y se preguntan cómo puede
pagarse Wall Street otra nueva ronda de bonos récord. En este sentido, por
difícil que sea la situación en Oriente Medio, quizá haya más esperanzas de que
el cambio económico surja de esas poblaciones sublevadas.