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24/01/2011 | Brasil - El primer obstáculo de Dilma Rousseff

María Cristina Rosas

Se prevé que la nueva Presidenta de Brasil se manejará con un estilo propio aunque sin olvidar el ascendente de Lula da Silva; por ahora debe hacer frente a la catástrofe de las inundaciones.

 

Cuentan que el presidente de México, Felipe Calderón, se sentía incómodo con el protagonismo internacional que poseía su homólogo brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La rivalidad entre México y Brasil, que se remonta al siglo XIX, explica al menos en parte las comparaciones mutuas que suelen aflorar en los distintos gobiernos que han tenido ambos países. Sin embargo, en el siglo XXI los desencuentros entre México y Brasil han sido constantes y muy marcados, iniciados con la decisión del entonces mandatario carioca, Fernando Henrique Cardoso, de invocar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de cara a los ataques terroristas del 11 de septiembre contra Estados Unidos, justo cuando México, días antes de esos lamentables sucesos, había anunciado su retiro de esa alianza militar debido a su obsolescencia. ¿Cómo iba a saber el presidente Vicente Fox que tras su visita a Washington, donde descalificó al TIAR, Brasil lo iba a hacer ver muy mal a los ojos de la administración Bush?

De manera más reciente, ¿cómo olvidar aquella crisis constitucional con tintes de golpe de Estado en Honduras en 2009, cuando el campirano presidente Manuel Zelaya fue expatriado por sus propias Fuerzas Armadas? En su visita por México había ganado las iniciales simpatías del presidente Calderón, quien, se comenta, estaba por desplegar un esfuerzo diplomático significativo para resolver la crisis. Empero, el desterrado presidente puso en duda la legitimidad del mandatario mexicano cuando hizo alusión a la controversia electoral de 2006 entre éste y Andrés Manuel López Obrador: Zelaya, quien había sido recibido con bombo y platillo al llegar a México, apenas unos días después tuvo que abandonar rápidamente el país. Brasil, en tanto, tomó la decisión de actuar en la zona de influencia mexicana, de la que Honduras forma parte, y recibió a Zelaya como huésped en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa.

Ya para mediados de 2010 Lula da Silva había superado el récord de 115 viajes que sustentaba su antecesor, Fernando Henrique Cardoso. Para ese momento Lula tenía en su cuenta personal 189 visitas al exterior, había recorrido gran parte del planeta y ganado una visibilidad y un liderazgo pocas veces visto en un mandatario de ese país. En contraste, es cierto que en su primer año de gobierno Vicente Fox visitó numerosos países pero, como esos viajes no parecían formar parte de una estrategia clara de política exterior, en los siguientes años los redujo sustancialmente. Se sabe que Felipe Calderón no es muy proclive a viajar, y que la mayor parte de la gestión política respecto a la agenda global la ha delegado en la canciller Patricia Espinosa: su visibilidad internacional es casi nula comparada con la del trotamundos Lula da Silva.

¿Qué pasará con el activismo internacional de Brasil ahora que Lula ha cedido oficialmente la estafeta a su delfín Dilma Rousseff, y qué representa la nueva presidenta brasileña para México? Desafortunadamente, la administración de Calderón inició el año con el pie izquierdo en sus vínculos con Rousseff: no sólo no acudió a su toma de posesión, sino que ni siquiera envió a la canciller Espinosa. En representación del gobierno mexicano acudió el embajador Rubén Beltrán Guerrero, subsecretario del ramo, a pesar de que buena parte de los mandatarios de países centro y sudamericanos hicieron acto de presencia, además de representantes como la canciller Hillary Clinton. Resta por ver si con el desdén mostrado por la diplomacia mexicana a la nueva Presidenta brasileña se logrará concretar el tratado comercial entre México y Brasil, del que tanto se ha hablado en meses recientes.

¿QUIÉN ES DILMA ROUSSEFF?

Dilma Vana Rousseff nació en Belo Horizonte el 14 de diciembre de 1947. Es hija de un abogado y empresario búlgaro, Petro Rousseff y de la maestra Dilma Jane da Silva. Cabe destacar que su padre era miembro activo del movimiento comunista en Bulgaria y que emigró a Francia en 1929 por cuestiones políticas. Mantuvo su residencia en el país galo hasta que terminó la Segunda Guerra Mundial, cuando decidió viajar a Sudamérica, donde vivió primero en Argentina y luego en Brasil. Allí conoció a quien sería su esposa y madre de Dilma.

Ciertamente la historia paterna, sumada a las condiciones de Brasil y la dictadura militar en la década de los sesenta, llevaron a Dilma a integrarse a una organización de izquierda llamada Política OperariaDesde esa plataforma saltó luego al grupo guerrillero Vanguardia Armada Revolucionaria Palmaresuno de los más importantes del país sudamericano en aquella década. Sin embargo, su actividad como guerrillera fue breve: en 1970 Dilma fue arrestada y se la sometió a un proceso sumario por un tribunal militar sin que contara con abogado defensor alguno. Estuvo en prisión entre 1970 y 1973 y fue víctima de tortura.

Cuando Dilma salió de prisión contrajo nupcias con Carlos Paixao de Araújo, quien pertenecía al mismo grupo guerrillero. De esa unión nació la única hija de la Presidenta, y por ella, en septiembre de 2010, se convirtió en abuela, lo que interrumpió brevemente su campaña política. Ya casada, Dilma se graduó en Economía en Río Grande do Sul y en ese estado comenzó su carrera como secretaria de Energía. A principios de los años ochenta participó en la refundación del Partido Laborista Brasileño (PDT, del legendario caudillo Leonel Brizola), si bien en 1986 lo abandonó y se sumó al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula, quien, en adelante, sería su mentor: una vez electo presidente, Lula nombró a Rousseff responsable de reorganizar el sector eléctrico y modernizar la industria petrolera. En 2005 se produjo un gran escándalo por presuntos actos de corrupción que dañaron fuertemente a la dirigencia del PT, por lo que Lula decidió hacerla jefa de gabinete, lo que automáticamente catapultó a Rousseff al primer plano del gobierno.

¿CÓMO SERÁ EL GOBIERNO DE DILMA?

No falta quienes consideren a Dilma como un títere de Lula, quien, por cierto, a días de finalizar su segundo mandato, dejó entrever su interés por regresar más tarde a la Presidencia de Brasil. Hay quien piensa que Dilma es para Lula lo que Dmitri Medvedev para Vladimir Putin, con la diferencia de que, en el caso brasileño, Lula no ocupa ningún cargo público a partir del primer día del presente año. Especulaciones aparte, en su largo discurso de toma de posesión Dilma presentó las prioridades de su gobierno para los próximos cuatro años. Parte de lo expresado lo destinó a reconocer logros de su antecesor, pero también para enfatizar que falta un largo camino por recorrer. Rousseff expresó que la nación debe convertirse en un país de clase media, para lo cual es menester erradicar la pobreza. La herencia benigna de Lula dio pasos decisivos en esa dirección, logrando, tan sólo en 2010, una tasa de crecimiento de siete por ciento, un declive de la pobreza y del desempleo —bajo el régimen de Lula en los pasados ocho años15 millones de brasileños encontraron empleo, integrándose a la economía formal, dejando de ser pobres o muy pobres—, un incremento en los ingresos por concepto de las exportaciones agrícolas y de minerales, reservas internacionales por unos 250 mil millones de dólares, el descubrimiento de cuantiosos yacimientos de gas y petróleo, y una confianza creciente de buena parte de la población que, al votar en octubre pasado por Dilma, apostó a la continuidad de las políticas del Presidente saliente. Por si fuera poco, Rousseff cuenta con una fuerte mayoría a su favor en el Parlamento.

En el discurso inaugural, una palabra mencionada por Dilma con notable frecuencia fue “desarrollo”. Brasil es el país latinoamericano más grande e importante, con 191 millones de habitantes, donde, sin embargo, predomina aún una pésima distribución de la riqueza: México y Brasil aportan a América Latina la mitad de todos los pobres de la región. Tan sólo en el país sudamericano hay 30 millones de personas que viven en condiciones de miseria absoluta y cinco millones carecen de vivienda. A ello hay que sumar que su sistema educativo es muy deficiente, que el sistema de salud no opera a cabalidad —hay servicios de salud masivos, muy deficientes, y otros de mejor calidad pero costosísimos—; que las grandes ciudades padecen al crimen organizado; que, al igual que en México, la corrupción y el nepotismo dañan la vida pública, y la población considera que las figuras políticas están más interesadas en su progreso material individual que en mejorar las condiciones de vida del pueblo.

Lula legó a su sucesora un Mundial de Futbol a celebrarse en 2014, más los Juegos Olímpicos de 2016 —aunque habrá que ver si Dilma se reelige, o si el propio Lula regresa a las andadas para entonces—; en ambos casos habrá una fuerte necesidad de mejorar la infraestructura del país. Hay rezagos importantes que la administración de Lula no atendió y que se espera que Dilma enfrente; entre ellos destacan la lucha frontal contra la corrupción, el mejoramiento de la burocracia y la reforma del sistema político, en particular en lo que tiene que ver con el financiamiento a los partidos políticos.

DIPLOMACIA DIVERSIFICADA

Un rubro donde podría haber una diferencia marcada con su antecesor es la política exterior. Lula puso a Brasil en el mapa mundial con innumerables viajes y acciones concretas, pero también se produjeron en el país fuertes críticas a lo que se consideraba “demasiado protagonismo” y “desatención de los problemas internos.” Algunos analistas sugieren que Rousseff tendrá una gestión más moderada hacia afuera: Dilma ratificó como ejes de la política exterior brasileña la no intervención, el respeto a los derechos humanos y la defensa del multilateralismo —con el claro mensaje de que Brasil no dejará de buscar la membresía permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Otros aspectos interesantes en su discurso fueron la necesidad de profundizar los vínculos con los vecinos sudamericanos —haciendo mención puntual del Mercado Común del Sur (Mercosur) y de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur)—, y fortalecer las relaciones con Estados Unidos y también con la Unión Europea. Asimismo se pronunció porque la región sudamericana sea la base para un mundo multipolar. Sin embargo, no hubo menciones más específicas, por ejemplo a Argentina, vecino que resulta indispensable en cualquier iniciativa que Brasil quiera sacar a flote tanto en el Mercosur como en la Unasur: llama igualmente la atención que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, no estuviera presente en la investidura de su homóloga brasileña. En su discurso inaugural Rousseff no habló de México, lo cual no sorprende, toda vez que Brasil siempre ha afirmado que los intereses mexicanos no son “latinoamericanos” sino “norteamericanos” por la estrecha relación y dependencia que el país guarda respecto de Estados Unidos, aunque vale la pena destacar que en su inauguración Rousseff saludó con notable cordialidad a la emisaria estadunidense, Hillary Clinton. El mensaje es claro: su diplomacia favorecerá la diversificación, porque de esa manera puede establecer equilibrios estratégicos en la promoción de los intereses brasileños en el mundo.

Hay algunos temas específicos de la política exterior brasileña que Dilma deberá resolver de inmediato, al margen de la estrategia multi-track de Itamaraty. Uno de ellos tiene que ver con la modernización de las Fuerzas Armadas y los contratos que presumiblemente pretende concretar Brasilia con Francia, en particular para la adquisición de modernos aviones de combate. Aunque el mandatario francés Nicolas Sarkozy no asistió a la toma de posesión de Rousseff, sí le envió una efusiva misiva de felicitación en la que calificó las relaciones bilaterales como de “socios privilegiados.”

Un tema más delicado es la situación del novelista fugitivo italiano Cesare Battisti, acusado de terrorismo por Roma y en torno al cual subsiste una petición de extradición que el gobierno de Lula da Silva se negó a procesar. Las autoridades italianas afirman que ya se pusieron en contacto con la nueva Presidenta brasileña para pedirle que reconsidere este caso y acceda a extraditar a Battisti, quien en 1988 fue juzgado en rebeldía por un tribunal italiano que lo encontró culpable de los asesinatos de dos policías, un joyero y un carnicero, crímenes perpetrados entre 1977 y 1979. En el momento de ser procesado, Battisti se encontraba en Francia, donde fue protegido al amparo de la llamada Doctrina Mitterrand, y obtuvo el estatus de refugiado político, desde donde huyó a Brasil en 2004, cuando el gobierno galo estaba a punto de revocar esa condición para entregarlo a Italia. Cuando emigró a Brasil se le otorgó inicialmente el estatus de refugiado político, lo que generó una fuerte polémica interna. En septiembre del año pasado, la Corte Suprema brasileña dejó en manos del Presidente la decisión final, la cual se produjo el 31 de diciembre cuando Luladecidió negar la extradición. Battisti permanece recluido en una cárcel de Brasilia, desde la que defiende su inocencia y asegura ser víctima de “persecución política” por parte del gobierno italiano. Este tema sin duda obstaculiza la cooperación económica procedente de Italia, y el gobierno de Silvio Berlusconi está decidido a suspender el acuerdo estratégico entre los dos países, que debería ratificarse en este mes y que supondría, entre otras cosas, el desembolso por parte de Roma de seis mil 700 millones de dólares en beneficio de Brasil para la adquisición de naves, misiles y radares.

Para ponerle el panorama más complicado al gobierno de Rousseff, Italia anunció que está dispuesta a acudir a la Corte Internacional de Justicia para lograr la extradición de Battisti. De todas maneras se tiene previsto que a fines de febrero la Corte Suprema de Brasil emita una resolución definitiva sobre esta controversia.

SU PRIMERA PRUEBA: LAS DEVASTADORAS INUNDACIONES

No bien acababa de asumir la titularidad del Ejecutivo brasileño Dilma Rousseff cuando debió enfrentarse a un reto mayúsculo: los efectos de las lluvias torrenciales en Río de Janeiro, donde, al jueves 20 de enero, se registran 741 muertos y más de 200 desaparecidos. Se teme que la cifra pueda llegar a mil personas, dado que aún no se contabilizan las víctimas de las zonas más altas a donde los socorristas no han podido llegar.

La tragedia —la peor en la historia de Brasil relacionada con inundaciones— arrasó con miles de casas en Teresópolis, Nova Friburgo y Petrópolis, Sumideros y otras localidades ubicadas en la zona serrana del estado. No afectó áreas turísticas sobre el mar, que están a unos 100 kilómetros de aquellas, pero sí a estados vecinos como Minas Gerais y San Pablo. El gobierno de esa región decretó el estado de calamidad pública en siete municipios, lo que posibilita el flujo de recursos para restablecer los servicios básicos y comenzar a construir viviendas, toda vez que muchos perdieron sus hogares, además de que la rapiña y los robos son las amenazas más inmediatas para los sobrevivientes. Además de casas, las lluvias destruyeron carreteras, puentes, calles, plazas, redes de energía y de telefonía y edificaciones públicas, además de que provocaron pérdidas por millones de reales.

Rousseff, quien sobrevoló el jueves 13 de enero las áreas más afectadas, se comprometió a liberar lo más rápido posible los recursos necesarios para atender a los damnificados y reconstruir las ciudades. La mandataria inicialmente prometió el rápido envío de 780 millones de reales (unos 461.5 millones de dólares) para atender la emergencia. Con todo, las críticas no se han hecho esperar. Se dice que esta tragedia es el resultado del populismo y la corrupción de muchos años, que permitieron establecer viviendas en zonas muy vulnerables. En tanto el jueves 20 el Banco Mundial preparaba un préstamo de 485 millones de dólares para paliar una tragedia cuya evaluación inicial asciende a mil 500 millones de dólares.

ENTRE LA CONTINUIDAD Y EL ESTILO PROPIO

Con Dilma, son ya tres los países sudamericanos que son o han sido gobernados por mujeres: Michelle Bachelet en Chile —sucedida por Sebastián Piñeyra a partir del 11 de marzo de 2010— y Cristina Fernández en Argentina —desde el 10 de diciembre de 2007, aunque no hay que olvidar a Isabel Martínez, quien, a pesar de que no fue electa, gobernó al país de 1974 a 1976 a la muerte de Juan Domingo Perón.

Sin embargo, el caso de Rousseff es peculiar por su pasado guerrillero —aún motivo de controversia— y por su cercanía con Lula da Silva. El éxito de Lula radicó en que, pese a no ser egresado de universidad alguna y al tanto de sus limitados conocimientos, supo rodearse de un equipo de expertos para tomar decisiones adecuadas. En el caso de Dilma, al margen de la polémica sobre su labor como guerrillera, es claro que también tuvo contacto directo con los problemas que enfrenta la ciudadanía. Es razonable suponer, por tanto, que Rousseff mantenga la tendencia de su antecesor al mismo tiempo que forja un gobierno con un sello distintivo. No parece que una mujer de personalidad y carácter tan recios se conforme con ser vista como el títere de Lula, como tampoco es conveniente que desarrolle cambios radicales que la alejen de aquello que su antecesor estableció y que tan bien le funcionó. El gobierno de Dilma Rousseff, puede predecirse: se desarrollará entre la continuidad y un estilo propio, en aras de que Brasil se convierta en un jugador clave en las relaciones internacionales del siglo XXI.

Milenio (Mexico)

 


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09/05/2011|
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