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23/01/2011 | Paraguay: Salir del resentimiento y de la fatalidad

Víctor Pavón

El presidente paraguayo Fernando Lugo ensayó en estos días un discurso que revela una idea muy divulgada, aunque no por ello cierta, acerca de la riqueza y la pobreza. Según el presidente “no es posible ni aceptable, que un pequeño grupo, por más que sean más inteligentes, trabajen más, inviertan más, sigan acumulando más”. El presidente se refería a los empresarios agro exportadores y hombres del campo que lograron el portentoso crecimiento del PIB del orden del 14,5 por ciento.

 

Como todo político el presidente trata de quedar bien con la masa del pueblo y no podríamos esperar más de él cuando sabemos de su afinidad ideológica con la Teología de la Liberación. No obstante, sus asesores deberían hacerle saber acerca de las enseñanzas de Juan Pablo ll en la Encíclica Centesimus Annus.

La verdad es que el mandatario condenó los fundamentos morales que hacen a las sociedades libres. Para el presidente no son relevantes el trabajo y el talento, pese a que solo de esta manera los empresarios y los trabajadores obtienen ganancias por sus esfuerzos y dedicación.

En el siglo del conocimiento, el presidente condenó el talento y la laboriosidad cuando que el mundo premia y elogia a los emprendedores. ¿No fue acaso el presidente Eusebio Ayala —uno de los pocos estadistas de este país— hijo de una lavandera analfabeta? Pero al presidente Lugo no le interesa el valor moral del trabajo y el estudio que significa para muchas familias escapar de la indigencia. El presidente, al igual que muchos de los políticos latinoamericanos, tiene puesta su mirada en el pasado, alienta el resentimiento personal y promueve el espíritu de fatalidad donde la pobreza es una maldición que requiere encontrar culpables en otros.

No es extraño, desde luego, que esta visión de la sociedad prevalezca en especial en los países como el nuestro. A los dirigentes no les conviene elogiar a los más trabajadores y talentosos. Un mejor pasar económico hace que la gente tengan dudas acerca de las “bondades” de los discursos electorales, así como también de ese modo se adquiere un sentido crítico ciudadano lo que repercute en la calidad de la política.

El trabajo y las ganancias no solo conforman un código moral en la sociedad, sino que son especialmente necesarios para impulsar el progreso, siendo el modo más eficiente de producir y distribuir la riqueza sin necesidad de dañar a otros. Tanto los trabajadores como los empresarios que obtienen ganancias por sus actividades no son como los tiranos irresponsables o los políticos populistas en las democracias, sino que para obtener resultados necesariamente deben satisfacer los requerimientos de la gente. Mayores ganancias significan mejores servicios a los consumidores. Y si existen pérdidas es porque se cometió algún error que se deberá pagar sin cargar sobre las espaldas de los contribuyentes con impuestos que subsidian la ineficiencia y la corrupción, tal como sucede con los entes estatales que, por cierto, el presidente Lugo no se anima a reformar.

La desigualdad económica es inevitable y necesaria. La diversidad es en sí misma una necesidad moral. Gracias a que no somos iguales por naturaleza la sociedad no premia solamente a los más inteligentes o a los más fuertes, sino también a los más laboriosos y a los que poseen sentido de responsabilidad. Por tanto, si el esfuerzo y el talento es desigual lo justo es que los premios sean también desiguales. Inmoral sería que se compensara por igual el trabajo desigual.

A diferencia de lo que cree el presidente Lugo, el trabajo y la capacidad mejoran las ganancias de cada quien y de este modo se mejora el bienestar de todos. Esta desigualdad no es mala. Lo que es mala es la pobreza, resultado de las ideas equivocadas provenientes de los mismos gobiernos, tal como las tiene el presidente Lugo, que al condenar los valores morales del trabajo y el talento termina por mostrar la alternativa que resta: holgazanería, resentimiento, fatalidad, todo lo cual es el camino seguro de la violencia.

El Cato (Estados Unidos)

 



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