El futuro político de Angela Merkel depende no sólo de los resultados de su partido en las siete elecciones regionales de 2011.
Necesita además que sus socios liberales se recuperen y no desaparezcan de escena –las encuestas actuales los sitúan en un peligroso 4%, diez puntos menos que hace un año y por debajo del umbral de representación parlamentaria. En el reciente cónclave del partido bisagra Guido Westerwelle ha conseguido mantener el liderazgo, pero puede que su permanencia no suponga una buena noticia para el centro-derecha y que en el congreso de mayo sea desbancado por alguna joven promesa. Mientras bajan los liberales, los ecologistas crecen en las encuestas y atraen a votantes desengañados por la mala gestión de los ministros liberales y la falta de un discurso sólido sobre libertades civiles.
El partido liberal alemán ha conseguido moderar las tendencias más conservadoras e intervencionistas de la CDU, tanto en lo económico como en lo social, una tarea primordial. En estos dos años además han influido de forma positiva a favor de la energía nuclear o en el debate sobre la participación de Alemania en misiones militares en el exterior. Pero Guido Westerwelle es el primer ministro de Exteriores alemán al que no le luce el puesto, en claro contraste con su mentor el legendario Hans-Dietrich Genscher. Esto se debe en parte al creciente peso de Angela Merkel en foros europeos e internacionales. Asimismo, el liberal basa en exceso su mensaje en el reciente milagro económico alemán aunque no ha podido cumplir su promesa electoral más importante, bajar los impuestos. Los datos que certifican la salida de la crisis de Alemania son impresionantes, pero el desencanto hacia el gobierno de coalición de buena parte de la población está más relacionado con otros asuntos, como la inmigración, el medio ambiente o la cohesión social.
Por una vez, no es la economía.