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21/11/2010 | El enemigo está en todas partes

Alejandra Conti

La Alianza Atlántica formaliza una nueva era en sus relaciones con Rusia y extiende los objetivos de su misión defensiva a todo el mundo.

 

¿Tiene sentido hoy la existencia de la Otan? Las amenazas de la Guerra Fría ya no existen, pero una vez que se organizó la mayor alianza defensiva del mundo, con todo lo que ello implica en materia política, económica, militar y estratégica, ¿cómo desarmarla? O mejor dicho: ¿para qué?

La realidad de hoy no será la misma que la de ayer, pero los miembros de la también llamada Alianza Atlántica están dispuestos a actualizarse, sobre todo en materia de argumentos.

“El mundo cambia, afrontamos nuevas amenazas y nuevos retos, y este concepto estratégico asegura que la Otan sea tan efectiva como siempre en defender nuestra paz y prosperidad”. Fueron palabras del secretario General de la Otan, Anders Fogh Rasmussen al abrir la reunión cumbre de jefes de Estado y de gobierno de países miembros de la organización en Lisboa, Portugal.

El rol tradicional de la Otan era la defensa mutua ante un ataque exterior, particularmente de la Unión Soviética. Tras la caída de ésta en 1991, pero sobre todo después del 11-S, se impone la necesidad de actuar ante lo que llaman “los nuevos peligros”. La definición es suficientemente amplia como para abarcar mucho más que el terrorismo fundamentalista y mucho más que los estados canallas. La Otan verbaliza ahora su capacidad y voluntad de intervenir donde sea necesario para neutralizar una amenaza contra los países miembros.

Este cambio es parte del nuevo concepto que la Otan publicita, que regirá durante los próximos 10 años.

La declaración incluye el desarrollo de un escudo antimisiles para proteger a Europa, no ya de Rusia (que fue invitada y aceptó cooperar en ese emprendimiento), sino de las nuevas amenazas.

Antes y después. La Otan nació hace 60 años en un contexto mundial completamente diferente, con la Unión Soviética embarcada tan empeñosamente como Estados Unidos en la Guerra Fría, y ambos poniendo el mundo al borde de la guerra.

Como dijimos, la caída de la URSS en 1991 y, por lo tanto, del Pacto de Varsovia (la contraparte soviética de la Otan), dejó a la Alianza sin un objetivo claro. De allí que su rol nominalmente defensivo cambió al de proactivo, como les gusta decir a sus voceros.

En 1995 y 1999 intervino en la ex Yugoslavia. Demasiado tarde, se criticó en su momento, con el agravante de que la segunda vez fue sin respaldo de la ONU. En 2003, finalmente, comenzó la primera intervención fuera de Europa, en Afganistán.

Después de 1991, la nueva Rusia empezó a ver cómo los países que habían pertenecido a su área de influencia se pasaban de bando con el fanatismo del converso. Los ex soviéticos huían de su antiguo patrón.

Pero la fecha que cambió todo, y no sólo para la Otan, fue el 11-S. A partir de ese momento cambiaron las relaciones con Rusia, para mejor, y también los enemigos a combatir. El ataque a las Torres Gemelas le sirvió a Vladimir Putin para justificar muchas de sus barbaridades en Chechenia y otras naciones rebeldes. No alcanzó para limar todas las asperezas con Estados Unidos y, sobre todo, no podía atenuar el hecho de que, gracias a las nuevas adhesiones, la Otan había llegado a las mismas fronteras rusas.

Con la llegada al poder de Barack Obama y su política de neutralizar conflictos innecesarios, las relaciones mejoraron respecto de la era Bush. Esta cumbre de Lisboa pone por escrito que los dos países no significan una amenaza para el otro. Rusia, por boca de su presidente, Dimitri Medvedev, exige que esta cooperación vaya acompañada de absoluta transparencia. Se sabe que no es esa la convicción de parte del Parlamento ruso, y mucho menos de los militares. Se dice que tampoco lo es de Vladimir Putin, el verdadero hombre fuerte del país, y que con esto Medvedev estaría marcando algunas diferencias respecto de su mentor.

El caso concreto que pone la Otan para ejemplificar su nuevo concepto estratégico es Afganistán, del cual el grupo de naciones piensa retirarse en 2014 tras un simbólico pase de mando a las fuerzas de seguridad afganas. El desafío es que se vea como un gesto de dignidad lo que en realidad es una ignominiosa derrota, que implica una condición excluyente: un acuerdo con los talibanes impensable hace unos años e indispensable ahora.

La Voz del Interior (Argentina)

 


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