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14/11/2010 | Cumbre G-20 sin solución

Ramón Cota Meza

Como se esperaba, la cumbre del G-20 en Seúl terminó sin solución a los desequilibrios comerciales y monetarios. “Fue un poco un montaje”, dice The Economist. En esencia los miembros se dieron “un año para enfriar ánimos”, dice The New York Times.

 

No obstante, todos los miembros están de acuerdo en que los desequilibrios son insostenibles. Hay el temor creciente de la inadecuación del dólar como moneda de reserva. En la víspera de la cumbre, el representante comercial de Estados Unidos lanzó el buscapiés de crear una canasta de monedas y oro, pero no se discutió.

El problema es la inexistencia de un mecanismo de ajuste de los desequilibrios comerciales y monetarios entre los países. Hasta antes de la crisis de Estados Unidos y Europa parecía haberlo porque los ajustes recaían en los países débiles. Éstos debían aceptar las condiciones del FMI, so pena de hundirse en la disolución y el caos. Ahora el desequilibrio ha arribado a las playas de los países fuertes sin que haya instituciones ni ideas comunes para corregirlo.

Jan Kregel ha escrito una historia de esta desproporción a partir de la adopción del patrón oro en la posguerra. Ya que Estados Unidos había acumulado la mayor parte del oro y vinculado su moneda a él, todos los países fijaron su paridad al dólar. Como no había sanción al excedente de reservas monetarias, el límite era la tolerancia de los países superavitarios a la acumulación de dólares por los países deficitarios, según las obligaciones excedieran la capacidad de redimirlas a paridad oro.

Pero este límite no era obligatorio, pues todo intento de convertir dólares en oro desequilibraría la paridad de las monedas nacionales. El rompimiento de este acuerdo por Estados Unidos en 1971 desencadenó el flujo no regulado de capitales. A partir de entonces el déficit de cuenta corriente de los países pudo alcanzar cualquier nivel, siempre que los inversionistas lo financiaran (“An Alternative Perspective on Global Imbalances and International Reserve Currencies”, Levy Economics Institute).

La historia es conocida: los países deficitarios empezaron a atraer capitales con tasas de interés superiores a las de los países de origen con la promesa de redimirlas según su capacidad de recaudación fiscal. Recuérdense los “Tesobonos” de Salinas. Cuando los inversionistas exigieron garantía de que los tesobonos fueran pagados en dólares, la economía mexicana se derrumbó. Y así todos los países dependientes de la inversión extranjera en instrumentos fiscales, no en la economía real.

“Buena parte de estos flujos son especulativos (…) que salen en busca de retornos más altos (…) pueden crear burbujas de activos y monedas sobrevaluadas, que podrían desplomarse en el momento en que los inversionistas decidan trasladar su dinero a otra parte. La apreciación de la divisa también debilita a los exportadores al encarecer sus productos” (The Wall Street Journal). Esta es la explicación de los ciclos de expansión y caída financiera.

En este paradigma el ajuste depende de la capacidad del Estado para impulsar las exportaciones a costa del trabajo, la inversión y el ahorro domésticos. Es más fácil manipular el valor de la moneda y la tasa de interés que aumentar los salarios y modificar las condiciones de inversión doméstica. Comprar valores gubernamentales es expedito; crear una empresa es un calvario burocrático y fiscal. Esto explica el estancamiento de los salarios y los obstáculos a la inversión nacional.

Los políticos en el poder dan por sentado este estado de cosas porque arribaron cuando ya estaba instituido y carecen de la visión y la voluntad de modificarlo. El Estado busca equilibrar esta disparidad subsidiando a los más pobres y ampliando los derechos sociales, pero este poder depende de su capacidad fiscal, la cual depende de la inversión en valores gubernamentales. Cuento de nunca acabar.

La relación de la tasa de interés de los valores fiscales con la inversión extranjera provoca la hinchazón del Estado. Esta es la razón de que tengamos un gobierno opulento y un pueblo mediano y pobre. Los burócratas confunden su ingreso y prebendas con el progreso de la ciudadanía a la que deberían servir: a mayor sueldo, mayor eficacia del servicio público. La realidad es que tenemos el poder estatal más costoso, corrupto, legalista e incapaz de la historia.

Esto no es producto de la idiosincrasia mexicana, sino de la relevancia adquirida por el Estado fiscal en las condiciones de intercambio económico global instituidas hace unos treinta años. El Estado habla por los actores económicos, pero en su interlocución se lleva la mayor tajada. El discurso de las “ventajas competitivas” busca perpetuar tal estado de cosas. La realidad es que siempre estaremos en desventaja frente a cualquier otro país según el criterio adoptado.

La crisis global debería mover a la reflexión sobre el esquema imperante. “Economía exportadora” suena bonito pero sus condiciones abaten a la economía doméstica. La resistencia del Estado a elevar los salarios e impulsar la producción doméstica proviene de sus propios intereses.

blascota@prodigy.net.mx

Milenio (Mexico)

 


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