El reportaje sobre McChrystal que ha causado la controversia era ciertamente deplorable y proporcionaba una imagen lamentable, poco profesional e inmadura del Ejército. Dicho lo cual: sí, Biden quería imponer al Pentágono una estrategia antiterrorista que prescindía de la presencia de grandes contingentes en Afganistán, en contra de lo dispuesto por el presidente; sí, el embajador Eikenberry es mejorable, y se dedicó probablemente a filtrar documentos para aparecer como el único preocupado por Afganistán rechazando el incremento de tropas, en contra de las órdenes dadas por el presidente; y sí, también, cien mil veces sí, Holbrooke, representante especial en la zona, es un burócrata ineficaz en la tarea de buscar afinidades con el gobierno afgano, incumpliendo las órdenes dadas por Obama. O sea, que el cesado era el único que, lejos de la indisciplina, había cumplido órdenes en este tinglado. El problema es otro.

Obama aprobó hace unas semanas una estrategia de seguridad nacional en donde confundía los medios con los fines. Generalizar la diplomacia, lograr que la fuerza americana en el exterior sea una extensión de la fortaleza interior, especialmente en materia económica –que debía ser el toque de humor del texto– y promover los derechos humanos, son todos medios excelentes. ¿Para qué? Se supone que para garantizar la continuidad de la política exterior americana que lleva desde la II Guerra Mundial tratando de asegurar la Pax Americana evitando el caos que su desaparición inevitablemente supondría. Esto, Obama lo calla.

    
Afganistán es sólo una batalla de la guerra entre el islamismo y Occidente. Las políticas americanas frente al mundo han pasado por diversas fases: la realista de Kissinger, la internacionalista progresista de Clinton o la neoconservadora de Bush; y todas ellas contaban con elementos criticables y elogiables, pero todas buscaban preservar la Pax Americana.

Todo lo más Obama insiste en que hay que "desordenar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda". Pero esta sigue siendo parte de un todo, el islamismo, que se extiende desde los terroristas suicidas que intentan atentar en aviones, hasta el programa nuclear iraní, pasando por los asesinatos de Fort Hood.

 

Sin embargo, si Obama está convencido con su propia estrategia que aprobó el año pasado debe decirlo y articular un discurso coherente acerca de la guerra de nuestro tiempo, y si no, debe devolver ya las tropas a sus cuarteles. Ayer empezó a hacer lo primero, respaldando la estrategia afgana y sus autores, los mismos que con Bush resultaron victoriosos en Irak, pero sólo los hechos confirmarán las palabras

 
Decía recientemente Petraeus que la contrainsurgencia –medio aprobado por Obama para conseguir un fin– era muy compleja y que, a veces, los responsables de las unidades carecían de información para actuar. Destacaba el lema que un capitán había pintado en la base iraquí desde la que operaba: "En ausencia de órdenes, imagine cuáles hubieran debido ser, y ejecútelas agresivamente". Tal actitud sólo puede ser la excepción que confirme la regla. Es de esperar que las órdenes existan y no haya de inventarlas Petraeus –quien una vez más se sacrifica a sí mismo y a su familia– y que vayan en la línea, neoconservadora, que Obama apoyó ayer.