Sobre sus predecesores intelectuales, los provos holandeses de apenas un par de años antes, pesaba la histórica sensatez de la sociedad más libre de la historia europea. Puede que eso los salvara del tránsito a las armas de fuego y a la aniquilación —y a la autoaniquilación, al mismo tiempo— que sellaría el destino de los jóvenes alemanes del post-sesentayocho. Tras los alambicados textos —tan de época y tan mal envejecidos— de la buena escritora que era Meinhof, latía la alucinación salvífica, conforme a cuyo dogma tanta opulencia debía ser pagada por la brutal travesía del infierno, de la cual la nueva generación de revolucionarios saliera cristalina, pura como un acero bien templado.

Del definitivo ascenso a una modernidad mil veces diferida brotó, en el Norte de Italia, el mosaico laberíntico de los grupúsculos armados, cuyas líneas de delirio narrara tan conmovedoramente en sus novelas Nanni Balestrini: allí pereció lo más brillante de una generación literalmente borrada. Del más alto momento de la riqueza y las letras en la Francia contemporánea nació, en el París que siguió a la iluminación del 68, esta extraña variedad de locura específicamente moderada por la vieja sabiduría jacobina: los hijos de la aristocracia académica, que pusieron en pie los gérmenes de terrorismo en la Francia del final de los sesenta, nunca pasaron en sus acciones de la munición de salva a la real; los salvó eso; cuarenta años después, el catálogo de sus dirigentes casi se superpone con el de la elite intelectual y política parisina. A algunos les parecerá ridículo u odioso. A mí me da envidia.

En España ETA nace, lo sepa o no, de ese mismo lujo. Larvada en los inicios de los sesenta, cuando este país apunta su salida del subdesarrollo. Simbólicamente asentada sobre su primer asesinato, en el verano de 1968, cuando una euforia económica que nunca antes conocimos, hacía percibir las fantasías más eufóricas como cercanas. Podían ser pagados sus costes. Para quien no los pagaba con la vida, por supuesto. Pero podían ser pagados, y aun ser contabilizados como rentables, por quienes podían sacar de eso beneficio. Los servicios de inteligencia soviéticos captaron a su favor pronto —a través de su antena palestina, el FPLP— a los brillantes muchachos de Meinhof. Más prosaicos, los grises contables del PNV

hicieron lo mismo: ¿qué es la sangre de unos pocos, comparada al beneficio final del Partido-Estado que fundara Arana?

Pasó ese tiempo. No hay ya opulencia en Europa. Ni terrorismo. Los lujos se acabaron. ETA también. Muy pronto.