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09/05/2010 | Colombia - ¿Tensión política o guerra sucia?

Revista Semana Staff

Los nervios en materia electoral están crispados. En la medida en que las distancias se acortan aparecen audaces y a veces no muy amables estrategias publicitarias. Pero no todo es propaganda negra ni guerra sucia.

 

El aterrizaje en Colombia del venezolano Juan José Rendón, más conocido como J.J., quien fue llamado de urgencia por el candidato Juan Manuel Santos para darle un viraje a su campaña, puso al país a hablar de propaganda negra y de guerra sucia. El propio Santos tuvo que salir a defenderlo diciendo que en Colombia estaban satanizando a Rendón con historias falsas, y que él mismo se va a encargar de controlar su trabajo.

Esos son apenas los titulares de las noticias. Pero la realidad es más compleja. Ni con su llegada se produce de manera automática este tipo de fenómenos. Ni todo lo que se llama propaganda negra o guerra sucia lo es. Ni mucho menos quiere decir que en otras contiendas electorales en el país no se hayan presentado ciertas argucias publicitarias.

En la medida en que una campaña, en Colombia o en Cafarnaún, entra a la recta final y se hace más reñida, los ánimos tienden a caldearse. Y la gente tiende a confundir la polarización y la caricatura con la propaganda negra e incluso con la aún más perversa guerra sucia.

Una cosa es que una campaña utilice las debilidades del contrincante y las difunda por medio de marketing viral, lo cual es parte de una estrategia que para algunos puede resultar incómoda pero no es ilegal, y otra muy distinta es que se trate de difamar con mentiras al adversario o distorsionar el mensaje del enemigo, lo cual ya es propaganda negra, o peor aún, se incurra en delitos como 'hackear' correos electrónicos o manipular encuestas, lo cual ya entraría en el terreno de la guerra sucia.

Es decir, una cosa es montar vallas mostrando a Antanas Mockus con los pantalones abajo, como en efecto ocurrió en Villavicencio y Cali, o sacarle en cara a Juan Manuel Santos los falsos positivos que cometieron militares durante su gestión como ministro, como se ve en algunas páginas en Internet, y otra muy distinta es difundir versiones falsas sobre ellos.

En la reciente campaña presidencial en Estados Unidos, Barack Obama tuvo que montar una página de Internet dedicada exclusivamente a desbaratar todas las mentiras que en su contra se estaban difundiendo con una velocidad asombrosa en la autopista del rumor. Las mentiras iban desde asuntos aparentemente menores, como decir que Michelle Obama había pedido un costoso servicio de habitación de langosta y ostras en el Waldorf Astoria -la campaña tuvo que salir a demostrar que el recibo de hotel era falso,- hasta otras más comprometedoras, como decir que el candidato estaba siendo financiado por extranjeros, un rumor acogido incluso por la prestigiosa columnista de The New York Times Maureen Dowd. En total, sumaron 28 montajes en contra del hoy Presidente.

O para citar un caso más reciente, en las elecciones en el Reino Unido, un país en el que se esperaría que las campañas brillaran por la guerra de los argumentos y no por pérfidos trucos publicitarios, circulaban camiones con grandes vallas que decían 'Si quiere más hambre, vote por Gordon Brown'.

¿Hasta ahora, cuando faltan tres semanas para las elecciones presidenciales, cómo van las cosas en Colombia?

El momento, sin duda, no es tranquilo. El mano a mano entre Antanas Mockus y Juan Manuel Santos cada día se hace más cerrado, y en la medida en que los números se aprietan aumenta la paranoia y aparecen todo tipo de rumores. El jefe de un grupo de escoltas de una entidad del Estado está convencido, por ejemplo, de que si Mockus llega a ser presidente les cambiará a los policías la pistola por un girasol. Y también hay taxistas que dicen que si Santos gana, en una eventual crisis de su imagen en las encuestas llevaría a Colombia a una guerra con Venezuela. Todo eso es común en época de campaña. Y la mayoría de la gente lo entiende como historias inventadas por los seguidores del opositor.

Pero la situación se pasa de castaño oscuro cuando empiezan a verse maniobras que tergiversan la verdad o rayan con el delito. El sábado 17 de abril, por ejemplo, la página web de Gustavo Petro fue borrada y reemplazada por una imagen de Juan Manuel Santos. La campaña reportó el hecho a la división de crímenes informáticos de la Dijín.

O el caso de las vallas que aparecieron en Villavicencio con una figurita de Mockus con los pantalones abajo, junto a los presidentes de Ecuador y Venezuela y el jefe de las Farc 'Alfonso Cano', que el Consejo Nacional Electoral mandó a quitar. El analista político Humberto de la Calle criticó la medida pues la consideró censura. "En una sociedad libre hay derecho incluso a la grosería", dijo. Sin embargo, más allá de la grosería el vincular la imagen de un candidato en un sitio público con la de un guerrillero considerado terrorista por el Estado puede tener connotaciones de calumnia. Según un informe del periódico El Tiempo, el empresario Camilo Manrique pagó cinco millones por las vallas y las justificó diciendo: "Tenían las imágenes de las tres personas más odiadas por los colombianos". Asimismo, señaló el diario, el director de la campaña de Mockus en la zona recibió amenazas telefónicas y un sobre de manila con una camiseta con el mismo diseño de la valla.

Y hay temas que han provocado aún más polémica, como el de la supuesta afirmación de Antanas Mockus de que extraditaría al presidente Álvaro Uribe, que utilizó Santos en uno de los debates y la difunden en vallas y correos electrónicos. En el programa radial Hora 20, la columnista María Jimena Duzán aseguró que la respuesta final de Mockus había sido que no extraditaría a Uribe y que se habían encargado de sacar de contexto sus palabras. En el mismo panel, Rafael Guarín, quien le había hecho la entrevista a Mockus, alegaba lo contrario. La polémica aún está abierta.

Lo que se ha visto hasta ahora en la campaña presidencial difícilmente podría catalogarse como 'guerra sucia'. Entre otras cosas, porque para que la guerra sucia sea efectiva, no puede ser detectada por el grueso del público. En el momento en que se descubren los mecanismos de manipulación la estrategia se devuelve como un bumerán contra el autor intelectual de ese tipo de propaganda.

¿Qué tanto afecta a la decisión de los electores? Cada caso es distinto. En Colombia los ejemplos más recientes que se recuerdan son los de las campañas presidenciales de 1986 y 1998. En la primera, faltando pocos días para las elecciones, el equipo de Álvaro Gómez decidió trasmitir por televisión un documental sobre un lío que tenía la familia de Virgilio Barco con una concesión petrolera. El resultado fue catastrófico para el líder conservador, y Barco obtuvo una votación histórica.

En 1998, en la recta final de la segunda vuelta, la campaña de Andrés Pastrana sacó una cuña de televisión en la que la imagen de su contendor, Horacio Serpa, se iba diluyendo y se convertía en la del presidente Ernesto Samper, quien para la época cargaba con un gran desprestigio en las encuestas. Para algunos, esa publicidad fue clave para terminar de convencer a los votantes que en la primera vuelta habían votado por Noemí Sanín, para que en la segunda lo hicieran por Pastrana.

En el primer caso, a los electores les quedó la sensación de que se había abusado de la norma -el documental se emitió cuando ya regía la veda de publicidad electoral- y por eso pudo provocar una reacción contraria. Mientras que el segundo caso, antes que propaganda negra, se trató de una estrategia audaz de campaña con poco de fair play que dio resultados.

Estas tres semanas que quedan de campaña sin duda serán de infarto. La polarización, como otras veces, será inevitable. Los estrategas de las campañas deben estar muy atentos porque entre caminar por el filo de una idea audaz y la guerra sucia puede haber un solo paso. Y la historia ha demostrado que de eso puede depender la victoria o la derrota de un candidato.

Semana (Colombia)

 


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