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13/03/2010 | El G-2 y Europa

Sami Naïr

Hubo el G-7, después el G-8 y, por último, el G-20. El grupo de Gobiernos que mandan y que, por supuesto, están a salvo de todo control internacional. La ONU jamás ha tenido voz en las reuniones de esta institución. Su último espectáculo fue durante la primavera de 2009 en Londres, en plena crisis.

 

En aquella ocasión, la fotografía quería mostrar a nuevos socios; en ella aparecían indios, chinos, brasileños, saudíes, en resumen, todo lo habido y por haber en este mundo. Pero no aparecía lo esencial, es decir, los responsables directos de la crisis (salvo que, no sin razón, pensemos que los señores Barroso y Trichet lo son): ni grandes banqueros, ni dirigentes de multinacionales, ni traders. Si estaban allí, debían de esconderse detrás de los bastidores.

El G-20 quería adelantar medidas para atajar la crisis. Un año después de la reunión, aquí están los hechos. En todas partes, los asalariados están pagando la crisis, después de que se concedieran sumas astronómicas a los bancos en quiebra; dirigido por la Organización Mundial del Comercio (OMC), el sistema comercial internacional sigue estando sometido a una competencia mundial portadora de deflación salarial y que favorece a las monedas débiles y a los países con mano de obra barata; el desempleo aumenta en todas partes y la patronal aprovecha para exigir todavía más sacrificios a los asalariados, proponiendo contratos de trabajo precarizados y exigiendo una mayor privatización del vínculo social, y menos apoyo a las políticas públicas.

Como decía Heinrich Heine, en Europa "bailamos sobre un volcán, ¡pero bailamos!". Grecia está a punto de hundirse; Alemania, también con déficit presupuestario (el pasado año fue del 3,3%), lanza fieras miradas a los países del sur de Europa; Portugal está a la espera de saber cuál será su suerte; Italia no quiere oír hablar más del estado de sus cuentas; España, por último, se encuentra en una situación psicológicamente incómoda porque, al presidir hasta junio la Unión Europea, no puede ser atacada frontalmente por sus socios, aunque éstos la pondrán probablemente en aprietos con el "euro fuerte" y el respeto riguroso de las reglas del plan de estabilidad a partir del próximo otoño.

Nada parece haber aprendido el Banco Central Europeo de la crisis mundial, ni tampoco de las estrategias desplegadas por las grandes potencias económicas. Estas estrategias nos resultan conocidas en Europa, por su lado malo, el de la competencia desleal que se hace fundamentalmente bajando los salarios; pero nos resultan desconocidas por su otra faceta, la de la recuperación y de la competencia a la baja de las monedas. Vean, si no, a Estados Unidos, que combate el déficit depreciando el dólar; éste valía en el año 2000 aproximadamente 1,20 euros y hoy vale 0,65 euros. De este modo, relanzan su comercio exterior y por tanto la producción interna. Los chinos siguen esta misma línea desde hace dos décadas, y los indios y los brasileños también. Patria del librecambismo y de la liberalización salvaje, a Reino Unido no le ha temblado el pulso a la hora de nacionalizar sus bancos en peligro ni de devaluar su moneda un 40%. Dirán que los mercados financieros han atacado a la libra. ¿Y qué? Reino Unido no ha desaparecido y los mercados financieros tampoco pueden arriesgarse a hundir la City. En cambio, la economía inglesa se recupera más rápidamente que la mayoría de las economías de los países de la zona euro.

Sólo el euro sigue sacando pecho para complacer al Banco Central, a las multinacionales europeas, cuyo espacio de rentabilidad más importante está en Europa, y a Alemania, la primera potencia industrial y financiera europea. Pero lo más importante ocurre en otra parte, puesto que ante nuestros ojos se está formando el mundo del siglo XXI; éste se basará en un eje sino-americano, que integrará probablemente a Japón y a India.

Europa queda de momento excluida, ya que un G-2 compuesto por China y Estados Unidos, que forma un nuevo gobierno mundial basado en la complicidad del dólar y del yuan chino, ha sustituido subrepticiamente al G-20. Europa ha perdido ya el tren de la historia con su euro fuerte y sus millones de desempleados en nombre de la lucha contra la inflación. Si queremos convencernos de ello, basta con recordar lo que le ocurrió durante la Conferencia de Copenhague sobre medio ambiente.

Traducción de M. Sampons.

El Pais (Es) (España)

 



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