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05/03/2010 | Israel - Mossad: Meir Dagan nunca duerme

Sal Emergui

Cada mañana pide la lista de terroristas a liquidar. Es su desayuno preferido. Despiadado y eficaz, tiene en su despacho una imagen del Holocausto y da carta blanca a sus hombres, quienes han usado pasaportes españoles en sus misiones. Es el jefe del servicio secreto de Israel

 

Enero del 2007. Un alto funcionario sirio constata, al borde de un ataque, que su ordenador portátil ha sido pirateado. Información confidencial. Llegará en pocos segundos a manos extrañas. Para su desgracia, al largo brazo del Mosad, servicio secreto israelí. El viejo Meir Dagan se frota las manos en su despacho en Glilot, al norte de Tel Aviv. Una vez más, sus chicos han cumplido la misión. Tras años de especulaciones, tiene lo que buscaba. La «pistola humeante» que demuestra, según él, la construcción secreta en Siria de una instalación nuclear con la ayuda de Corea del Norte. Las fotos robadas del ordenador acaban en el despacho del primer ministro israelí, Ehud Olmert. La CIA llama a la puerta. Los F-16 israelíes inician sus ensayos.

Dagan, 65 años, no tiene ni que ensuciarse las manos. El 6 de septiembre del 2007, varios cazas de combate convierten en polvo la soñada planta nuclear del presidente sirio, Bashar Assad. «La seguridad de Israel nunca agradecerá lo suficiente el trabajo de Meir», confesó posteriormente Olmert en privado.

En sus 32 años de servicio militar, Dagan fue herido dos veces. Le colgaron la medalla al valor tras enfrentarse, cuerpo a cuerpo, a un miliciano palestino al que le sacó a puñetazos una granada a punto de estallar. Era el año 71. Dagan ejercía de oficial de la unidad Rimon, creada por el general Ariel Sharon, para «limpiar» y vengarse de los milicianos de Gaza. Se disfrazaban de árabes y no tenían piedad. Casi 40 inviernos después, Dagan ya no se disfraza. Es el jefe. Aún no sabe lo que es tener piedad con el enemigo.

El Mosad es Meir Dagan. No sólo por ser la única cara, nombre y apellido que el servicio secreto enseña. Desde que fue nombrado en 2002, la agencia israelí trabaja horas extras. Dagan exige resultados. Valora saber lo que piensa hacer el enemigo, pero aún más que el enemigo se muera de miedo por lo que pueda hacer el Mosad. Golpear y seguir golpeando. Interceptando en aguas extraterritoriales un barco lleno de armas camino a Gaza, prendiendo fuego a un laboratorio nuclear iraní, siguiendo la pista yemení en Europa o estrangulando a un cabecilla palestino en el Golfo Pérsico.

Un ex oficial del Mosad no olvida su primera reunión con Dagan: «Entré en su despacho y le mostré un dossier de Inteligencia. Tras ojearlo, me dijo de forma inmediata: "A partir de mañana por la mañana, sólo quiero la lista de terroristas objetivos de liquidación". Es su desayuno preferido. Una vez servido en bandeja, debe conseguir del primer ministro la necesaria y escrita autorización de una misión que nunca será asumida».

SIN MIEDO AL RIESGO

Dagan no tiene miedo al riesgo. Fue nombrado para eso. Para que el Mosad vuelva a ser el Mosad. Con arriesgadas misiones que, si fracasan, pueden provocar conflictos diplomáticos e incluso guerras. Mientras, sigue pidiendo cada mañana la «lista de terroristas objetivos de liquidación».

Esta semana lo ha señalado el grupo islamista Hamas, quien acusa al Mosad de Dagan de estar detrás del misterioso y milimétrico asesinato de Mahmud al Mabhuh, aniquilado en un hotel de Dubai el pasado 19 de enero.

De los métodos de Dagan sabe el grupo chií Hizbulá, que enterró a su máximo jefe militar, el escurridizo Imad Mughniya, tras volar por los aires su jeep alquilado en Damasco. Según el británico Gordon Thomas, tres agentes israelíes fueron elegidos para la misión, entre ellos, uno llamado Manuel, haciendo uso de un pasaporte español.

Lo sabe Irán, que ha visto cómo científicos han muerto o desertado y de vez en cuando debe apagar los fuegos que provoca Dagan. En el sentido literal de la palabra, ya que algunos laboratorios e instalaciones nucleares han ardido en llamas. O convoyes de armas de la Guardia Revolucionaria atacados a plena luz del día.

Lo saben los egipcios, que agradecen la labor de Dagan contra su enemigo común (Irán) y le califican de «Superman de Israel». Pero, sobre todo, lo saben los agentes del Mosad que, desde que es su jefe, tienen carte blanche. «Todo vale para frenar a Irán. Dagan se despierta y se acuesta pensando en la bomba nuclear iraní», afirma a Crónica un allegado del jefe del Instituto.

Los chicos y chicas del Mosad agradecen esta lluvia de recursos. Se trata de cumplir la inscripción de la daga que hace casi 60 años regaló el jefe del Mosad, Isser Harel, al nuevo director de la CIA, Allen Dulles: «El Guardián de Israel nunca duerme ni se descuida».

Para Dagan, el mundo se divide en buenos y malos, y éstos básicamente son, según él, árabes con kalashnikov. He aquí una anécdota que explica a la perfección su visión. Como jefe del Mosad, asistió a una reunión de seguridad durante la guerra en el Líbano, en julio del 2006. Debían decidir qué hacer con un depósito de armas de Hizbulá. Los oficiales de la Fuerza Aérea peroraban sobre «racionalizar», «equilibrar», «optimizar»… hasta que a Dagan se le acabó la paciencia: «No entiendo estos términos. Ahí abajo hay árabes malos con armas y nosotros debemos matarles. Eso es todo».

Tan sencillo como la orden dada a Kidon, la unidad del Mosad experta en acabar con los considerados por Israel «seria amenaza terrorista». En esta categoría entraba el general sirio Mohamed Suleiman, asesor del presidente Assad y enlace con Hizbulá, al que transfería sofisticados misiles capaces de alcanzar todo el territorio israelí. Imitando secuencias del mejor James Bond, agentes del Mosad le neutralizaron desde el mar. Era viernes por la noche y Suleiman se encontraba en el puerto de Tartous. Entró en el punto de mira de un francotirador. Un disparo bastó. No necesitan más los kidonim del Mosad, que se entrenan, según diversas fuentes, en una base del desierto del Neguév. Son pocos y profesionales. Saben que con este director siempre tendrán trabajo.

UN NIÑO DE SIBERIA

«Dagan, Meir Dagan». Así suelen definir a quien, en 1950, era tan sólo un niño gordito de Siberia recién llegado a Israel. Su apellido original, Huberman, se transformó en Dagan. Tenía cinco años y su sueño era integrarse en un país en permanente guerra. En el 63 se convirtió en paracaidista pero deseaba participar en las operaciones más complejas. Después se presentó a la unidad más prestigiosa, Sayaret Matcal. Según testigos, llegó con un machete. En las pruebas fue descartado, provocando una herida que aún no ha curado.

Sharon justificó el nombramiento de Dagan como «algo necesario para que el Mosad vuelva a ser lo que era». Con cerebro, pero sobre todo dientes. Afilados y concisos. Como su unidad Rimon en Gaza, el Mosad no sólo ladrará, sino que morderá. «No tenemos una sábana tan grande para tapar todo, así que es mejor que nos especialicemos en lo más vital para nuestra seguridad. El proyecto nuclear iraní y el terrorismo que patrocinan a través de Hamas y Hizbulá», señaló nada más ser elegido.

Sus éxitos en la sombra le convierten en uno de los personajes más populares en Israel. Su fama ganada a pulso de «agresivo» y «bruto» le han creado muchos enemigos dentro del Mosad, donde varios agentes y altos funcionarios han dimitido. No aguantan su arrogancia. Trabajar con él parece difícil, pero contra él es imposible. Un reservista que trabajó con Dagan en el Comité de Lucha Antiterrorista, discrepa: «Le ven como un cowboy, pero en realidad es un hombre educado y racional». En el extranjero, unos le ven como el justiciero de Israel y otros, como el jefe de la Policía de Dubai, un «criminal» que debe ser detenido por la Interpol por el asesinato del cabecilla de Hamas, Mahmud Mabhuh.

Los que visitan su despacho quedan impresionados por una foto. La única colgada en las paredes más secretas del Mosad. Retrata una escena de la II Guerra Mundial. Un indefenso anciano judío, apuntado por el fusil de un oficial nazi. Cuando el visitante se queda absorto ante la imagen, Dagan le dice sin pestañear: «Éste anciano era mi abuelo. Debemos ser fuertes y usar nuestro cerebro para defendernos y asegurarnos de que no haya otro Holocausto».


El Mundo (España)

 


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