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07/01/2010 | Instituciones internacionales

Gordon Brown

Cuando la crisis asiática envió ondas de choque alrededor de las economías del mundo a finales de la década de los 90, propuse una reforma de nuestras instituciones internacionales acorde con los nuevos tiempos. Ahora estamos al final de la primera década del siglo turbulento donde hemos presenciado profundas crisis globales en lo económico, ambiental y de seguridad.

 

Y, está más claro que nunca que sin una efectiva toma de decisiones a nivel mundial, posiblemente no podamos cumplir con los grandes retos globales: el proteccionismo, la inestabilidad económica, el cambio climático y las amenazas del terrorismo y la proliferación nuclear. Un mejor marco internacional de cooperación ya no es sólo deseable en una arena: es esencial en todos y cada uno.

Una de las frustraciones de la Conferencia de Cambio Climático de Copenhague fueron las actitudes anticuadas —y un miedo al cambio— que impidieron alcanzar el tratado vinculante. Esto no resta algunos logros significativos. En el fondo, el Acuerdo de Copenhague es más fuerte que el reconocimiento que le dieron la mayoría de los comentarios. Establece por primera vez, dentro del contexto de la ONU, un objetivo global de no más de 2°C del calentamiento. Por primera vez, requiere que todos los países desarrollados adopten límites de emisiones y, al mismo tiempo, que los países en desarrollo más grandes —entre ellos China, India y Brasil— establezcan y respalden sus planes de reducción de emisiones. Se crea un sistema de información transparente y análisis de las medidas adoptadas. E incluye fondos para ayudar a los países en desarrollo a abordar el cambio climático, incrementándose de $us 10 billones por año hasta el 2012, a $us 100 billones para el 2020. Lo más importante: una vez que los países presenten sus planes y objetivos finales de reducción de emisiones, el Acuerdo de Copenhague puede y debe poner en marcha un alto nivel de ambición colectiva que conduzca al mundo por un camino de bajo carbono, coherente con el objetivo de 2°.

Pero, por supuesto, no hemos logrado alcanzar acuerdos para consolidar todo esto dentro de un Tratado de Cambio Climático jurídicamente vinculante, y éste debe ser nuestro objetivo en los próximos meses. El carácter evasivo de ese objetivo refleja tanto la manera en la que este nuevo mundo hace negocios en temas ambientales y otros como los riesgos que esto crea para la economía mundial.

La ONU nunca ha tenido influencia ambiental, económica y social, lo que debería ir junto con sus altos ideales y grandes aspiraciones, y no sólo sobre cambio climático. Mientras que la pacificación y ayuda humanitaria han mejorado, la capacidad necesaria para prevenir y resolver conflictos —a través de la estabilización y la reconstrucción— se está desarrollando muy lentamente. Entretanto, el FMI fue construido alrededor de Estados nacionales con economías protegidas; y el Banco Mundial alrededor de la reconstrucción de las economías devastadas por la guerra. Pero las economías de hoy ya no están protegidas y no son locales, pero sí están entrelazadas y son globales; ni el más grande puede estar aislado de la inestabilidad sin una cooperación internacional más amplia. Y, el desarrollo ahora también vincula fondos para la adaptación —y mitigación— al cambio climático; así como nuevas formas para luchar contra la pobreza, por ejemplo a través del desarrollo económico y comercial.

Por tanto, un nuevo nivel de cooperación global para la prosperidad sostenible y la paz es la única manera de sacar a millones de personas del desempleo y la pobreza, evitar que millones más sean abandonados a la catástrofe del cambio climático y para protegernos de las amenazas del terrorismo y la proliferación nuclear. Nuestro fracaso colectivo hasta ahora de coincidir acciones globales con estas necesidades globales es tanto más decepcionante porque está surgiendo una ética global compartida.

La respuesta universal a la crisis bancaria ha sido un llamado a la equidad y a la responsabilidad. Y la crisis del cambio climático ha evocado un llamado para que reconozcamos la dependencia de unos con los otros. Y, como las redes mundiales de comunicación unen a la gente cada vez más, nos estamos dando cuenta que los valores que comparten infunden mayor inspiración para la acción que aquellos que los dividen. El mundo ha aceptado responsabilidad compartida sobre el medio ambiente, pero no contamos con herramientas institucionales adecuadas para volcar esa responsabilidad a la realidad.

Vemos la necesidad de un mejor manejo de la economía global, que permita un crecimiento más fuerte, sostenible y equilibrado, pero no hemos otorgado ni al G20 ni al FMI las herramientas para lograrlo. Hemos aceptado la responsabilidad de llevar adelante una supervisión financiera global pero aún no hemos dado al Consejo de Estabilidad Financiera la fuerza para organizarse. Públicamente hemos tomado la responsabilidad sobre las Metas de Desarrollo del Milenio, pero ningún ente tiene la responsabilidad de asegurar que sean alcanzadas. Y, aún más, hemos aceptado “la responsabilidad de proteger” —nuestro deber de salvar a civiles del genocidio y de crímenes de guerra— pero muy rara vez hemos puesto esto en práctica. Así que nuestra ética global carece de convicción.

Las personas visionarias nos dirán que los primeros años de la próxima década serán probablemente los únicos cuando sea posible un cambio fundamental y si no los tomamos no seremos capaces de mantener los beneficios de una economía mundial abierta y aprovechar la globalización para lograr un mundo mejor y más próspero. En cuanto cambie el equilibrio del poder económico en las próximas dos décadas, los nuevos y más fuertes agentes de poder podrían estar menos dispuestos a abrazar el cambio. Mi temor es que, en ese momento, un nuevo tipo de proteccionismo ambiental, económico y social será nuestro destino; amenazando la prosperidad, el medio ambiente y, por último, la estabilidad mundial. Para evitar esta carrera de proteccionismo, propongo que discutamos cinco reformas integradoras del modo en que el mundo busca soluciones globales para problemas mundiales.

Sobre el cambio climático, propongo que fortalezcamos las instituciones ambientales de la ONU, otorgando poder más claro en la toma de decisiones, un papel más fuerte que garantice la transparencia de las acciones y un papel más claro para asegurar flujos de financiamiento para el clima. Basándose en el acuerdo Copenhague, es especialmente importante que la ONU tenga, por parte de sus miembros, un sistema adecuado de transparencia. Esto contribuiría a eliminar uno de los escollos para el Tratado de Cambio Climático jurídicamente vinculante que Europa y la mayoría del resto del mundo apoya. Es importante que el mundo sepa lo que su esfuerzo colectivo contra el cambio climático se está logrando.

En segundo lugar, propongo que el G20 —ahora visto como el principal foro económico mundial— encuentre mejores formas de reconocer las necesidades de todos los continentes y tenga un alcance mayor a y representación de todos los 192 países.

En tercer lugar, el mundo necesita mejores normas y procedimientos para hacer frente a la inestabilidad económica; por lo que, junto con el G20, propongo que el FMI —trabajando con un FSB considerablemente reforzado— se convierta en algo semejante a un banco independiente, responsable de la vigilancia independiente para garantizar la alerta temprana y la prevención de las crisis. Tal debería ser la base del trabajo del G20.

En cuarto lugar, el Banco Mundial, el FMI y los bancos regionales —a menudo a través de fondos fiduciarios más representativos— deben ser reformados con un poder financiero más amplio, necesario para combatir el cambio climático, la inestabilidad y la pobreza.

En quinto lugar, tenemos que enfrentar el desafío de reconstruir los estados fallidos y los países posconflicto con mejores mecanismos para la estabilización y la reconstrucción.

Estos cambios importantes en la forma en que funciona el mundo son, en mi opinión, los primeros pasos hacia una sociedad verdaderamente global. Todos exigen que los países reconsideren posiciones afianzadas, pero cada una debe ser discutida y refinada y deberíamos, a partir de esto, hacer nuestra agenda clara para reformas el 2010.

**Gordon Brown- primer ministro del Reino Unido.

La Razón (Bo) (Bolivia)

 


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