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21/12/2009 | Réquiem por el chino de Lahore

Jordi Joan Baños

El terrorismo islamista da el golpe de gracia a Hira Mandi, el barrio de las cortesanas de la ciudad pakistaní."El ambiente era encantador, cada uno se ocupaba de sus asuntos y la religión no se entrometía".

 

Junto a la mezquita del Emperador de Lahore, la mayor del islam durante 313 años, siempre ha habido cortesanas. En el recuerdo de los varones pakistaníes de una cierta edad, el barrio de Hira Mandi se asocia a una época de tolerancia.

Una tolerancia más añorada desde que hace unos meses la ciudad se encuentra en alerta terrorista por varios golpes, como el ataque contra el equipo de Sri Lanka de cricket o los atentados contra edificios de inteligencia y una academia de policía. Sus hoteles se han convertido en cuarteles, las universidades se rodean de alambradas y hasta su mezquita de Data Ganj - foco del mejor cante qawwali, tan odiado como el sufismo por los talibanes-debe protegerse con fusiles y detectores de metales.

El deterioro de la seguridad en Lahore es reciente, pero la decadencia de Hira Mandi ("el mercado de las perlas") viene de lejos y ha ido en paralelo al del arte de las mujras,mitad bailarinas y mitad geishas islámicas. El artista Iqbal Hussain las llegó a conocer bien. No esconde que su madre, muerta hace unos meses, era una de ellas. "Las mujras tenían buenos modales, eran decentes, elegantes. Las familias ricas enviaban a sus hijos varones para que los iniciaran en el sexo", explica Hussain en la espectacular azotea con la que ha concluido la restauración de Cooco´s Den, antiguo burdel que ahora alberga una sola y decente habitación en la planta baja y la mejor y más sagrada vista de Lahore. A un lado Badshahi Mosque, al otro, los antiguos lupanares, "mucho más frecuentados durante las festividades religiosas".

Cooco - mote del pintor-recuerda bien aquella época, en que Hira Mandi era centro de ocio, "incluso con algunos bares", además de las teterías y cines que resisten, junto a, extrañamente, las tiendas de babuchas. "El ambiente era encantador, cada uno se preocupaba de sus asuntos y no se entrometía la religión", suspira.

El padre de Benazir Bhutto prohibió el alcohol a mediados de los setenta pensando que así se reconciliaría con los clérigos. Diez años más tarde, la dictadura islamizante (y prosuní) de Zia ul Haq le asestó un revés. Y el golpe de gracia lo han dado los móviles y las call girls."?Quién va a venir ahora a este barrio infecto?", se pregunta Cooco.

En realidad, muy pocos. La policía permite apenas dos horas, de once a una de la madrugada, para que una de las principales calles de Hira Mandi abra media docena de escaparates para otras tantas mujras y sus músicos. Sobra tiempo para tan pocos clientes dispuestos a pagar mil rupias (ocho euros) por cada canción que les bailan. Extras aparte.

"Ul Haq prohibió la prostitución y dispersó a las mujras.Pero creo que lo que hizo fue extender lo que para él eran malas costumbres por todo Pakistán", ríe el pintor. Cooco en su adolescencia fue un delincuente y se salvó de morir de mala manera, como la mayoría de sus compañeros, gracias a su talento para el dibujo. Entró en Bellas Artes y al segundo año dejó de ir a clase con pistola. Empezó a utilizar como modelos a las mujeres que tenía más cerca: las prostitutas. Y todavía lo hace, "las pinto como personas". Sin disfrazar su vulnerabilidad, tedio o, a menudo, su falta de atractivo.

Ahora vende bien, pero en los ochenta retiraron sus cuadros de una exposición porque alguien del gobierno dijo reconocer que eran prostitutas. "Me pregunto cómo. Luego intentaron que pintara a las mujeres con velo".

Aunque no sin relación con aquella época, el terrorismo islamista ha venido bastante después. Hussain ha recibido algunas cartas de amenaza por parte de aprendices de talibán. No sólo por sus cuadros de prostitutas, sino también por los ídolos con que ha redecorado su encantadora terraza-restaurante, hoy elitista. La mezquita, envuelta en la bruma contaminada del anochecer, es desde allí una visión mágica. Y el propio Cooco´s Den parece un galeón rumbo a la flotante mezquita Badshahi, una de las joyas arquitectónicas del subcontinente. Contribuyen a ello la cantidad de esculturas expuestas, piezas de museo, fruto de las demoliciones iconoclastas de templos hindúes o jainistas.

En 1947, Lahore y Delhi eran ciudades demográficamente parecidas, es decir, de ligera mayoría musulmana. La limpieza étnica de la escisión de India y Pakistán convirtió Lahore en una ciudad musulmana en un 96%.

Hira Mandi, el barrio chino de Lahore, ha sido en estos días de fiesta islámica un hervidero de cabras y hasta de camellos cebados para el sacrificio ritual. Huelga decir que los comercios están regentados por pakistaníes - aire del Raval-aunque no hay lateros ni por asomo. Y más que chino habría que decir chií, en un 90%. Las banderas negras de este grupo minoritario en Pakistán - y a menudo hostigado por el fundamentalismo de inspiración y financiación saudí-revolotean por doquier, y en la misma calle de mala nota hay un par de cofradías chiíes.

Los dos cines languidecen, uno con películas de Bollywood y otro, con una oferta mucho más acorde con la tradición canalla del lugar. Títulos como Sweet dreams o Black cat pueden ser ambiguos, pero los fotogramas no. En el Aziz Theatre, Fernando Esteso vive, o para ser más exacto, el equivalente pakistaní del destape, que en treinta años no ha ido a más, sino a menos, por temor a bombas.

Para vitaminar la oferta y estimular a tan hormonado, aunque escaso público que se pierde entre las filas, a media proyección cuelan por sorpresa fragmentos más calientes, mientras el acomodador se afana a hacer barridos con su linterna, descubriendo a los últimos creyentes en Hira Mandi, ataviados con los salwar kamiz cada vez más pobres.

Nadie hace caso a las viejas mujras y sus danzas, una sombra de lo que fueron. Sin embargo, más de media docena de escuelas, con un aire todavía más clandestino, pese a su horario diurno, forman a nuevas generaciones de chicas en este arte. Algunas son apenas niñas de nueve años - doy fe-y otras adolescentes, adultas las menos. Los profesores son auténticos coreógrafos y el resultado artístico, cascabeleante y apreciable. Los músicos son los mismos. En teoría, sólo son clases de danza. Pero el propio profesor - que prohíbe hacer fotos en nombre de los padres-reconoce que el objetivo de las chicas es ganarse "una estancia de tres meses muy bien pagada en Dubái o Muscate". Y lo que mejor se paga es la virginidad. Hira Mandi ha perdido la inocencia.

La Vanguardia (España)

 


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