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29/11/2009 | Nepal - Trescientos mil muertos por una Diosa

Miguel Ángel Gayo Macías

La mayor matanza ritual del mundo se celebra cada lustro en Nepal. El enviado de «Crónica» comprueba, atónito, cómo se calma la sed sanguinaria de Ghadimai.

 

Namasté! ¡Bienvenido al festival de Ghadimai!». El hombre que tiende su mano huele a sangre y a alcohol, una mezcla extraña que cobra sentido al comprobar que nos rodean miles de animales muertos. Lleva un pañuelo enrollado en la cabeza y empuña una especie de sable llamado kukri, típico de Nepal. El metal está empapado en sangre: «He matado once búfalos».

Estamos en la celebración religiosa más sanguinaria del mundo. Cada cinco años, millones de personas se congregan en una remota aldea del sur de Nepal que no aparece en ningún mapa, llamada Bariyarpur. Durante dos días, familias enteras se dejan llevar por una orgía de sacrificios rituales que este año acabaron con la vida de más de 300.000 animales. Palomas, ratas, cabras, perros, cerdos y búfalos son ofrecidos a la diosa Ghadimai, cuya imagen está omnipresente. Las estampas de este ídolo de rostro negro y ojos enrojecidos, que empuña un sable chorreando sangre y viste una túnica roja y dorada, se venden en tenderetes improvisados en el suelo y cuelgan de los árboles.

-Si le pides un deseo a Ghadimai y le ofreces sacrificios, cuantos más mejor, la diosa te lo concederá. Yo he venido a matar búfalos porque gracias a Ghadimai tuve un hijo varón el año pasado.

Al igual que Ram Shrestha, son muchos los devotos que se sienten en deuda por haber recibido algún favor de la diosa. Cuando llegó el festival, acudieron a Bariyarpur y pasaron la noche entera bebiendo y rezando frente al templo levantado en mitad del páramo. Al amanecer comenzó la mayor matanza ritual del mundo, con 250 elegidos que irrumpieron, enarbolando machetes y gritando fuera de sí, en el recinto sagrado donde este año esperaban su destino más de 20.000 búfalos.

La escena es indescriptible. Los gritos enardecidos de los matarifes se confunden con los de sus víctimas, y la estampida que se produce choca contra los muros del ruedo que aprisiona a los animales. La arena se convierte rápidamente en barro rojizo y las cabezas sin vida se amontonan junto a los cuerpos de los búfalos, que continúan pataleando durante unos segundos. Para conseguir derribar más animales, muchos hombres se dedican a cortarle antes una pata a todos los búfalos a su alcance, y después los decapitan a golpe de machete ante la mirada aterrorizada de los demás ejemplares. De vez en cuando se produce una cogida grave por parte de algún animal acorralado y hay que abrir las puertas para evacuar al herido, pero es normal ver a la mayoría de hombres continuar asestando golpes de kukri a pesar de estar heridos. Algunos se tambalean, jadean e incluso se tumban encima de la panza tibia de algún animal moribundo para descansar. Luego se levantan y prosiguen con su matanza de manera mecánica.

La tradición dicta que todo aquel animal que penetre en el recinto sagrado sea sacrificado inmediatamente. Cientos de camiones cargados de búfalos llegan de todo Nepal y del norte de la India, donde los sacrificios masivos están prohibidos. Y un reguero interminable de tractores y autobuses atiborrados de gente se va deshilachando en el descampado que conduce al templo de la diosa. Cada uno ofrece lo que le permiten sus posibilidades, y los que ni siquiera pueden permitirse un cabritillo se conforman con un racimo de pájaros descabezados que se cuelgan del cinturón. Se rumorea que un famoso industrial indio ha aportado nada menos que 150 búfalos para agradecer su buena fortuna en los negocios. Todo el mundo está obligado a hacer un sacrificio para calmar la sed sanguinaria de Ghadimai, diosa irascible que en Calcuta toma la forma de Kali y es regada cada mañana con la sangre fresca de una cabra degollada ante su altar.

La pasión que existe en Nepal por los sacrificios rituales viene de lejos. No fue hasta comienzos del siglo XX cuando el rey Surendra Bikram Shah prohibió los sacrificios humanos, en un intento de modernizar un país prácticamente medieval. Hoy, en algunos templos recónditos del Himalaya se utilizan imágenes en tamaño real de niños y mujeres para llevar a cabo ritos que antes costaban la vida a personas. Hay quien aventura que, en un país donde es posible comprar un esclavo por un puñado de euros, estas prácticas se siguen produciendo en secreto.

En el festival de Ghadimai, todo comienza con la bendición de los sables kukri que serán utilizados para degollar a los búfalos -el animal cuyo sacrificio es más apreciado- y la decapitación de una rata, una paloma, una cabra y un búfalo macho. Entonces es cuando la diosa parece despertar de su letargo y da rienda suelta al baño de sangre.

APUESTAS Y BAILARINAS

En la verbena que se monta alrededor de la celebración religiosa se vende alcohol, se permiten las apuestas, hay carpas que esconden bailarinas a las que se puede echar un vistazo a cambio de unas rupias y hay un ambiente de permisividad y libertarismo impensable en cualquier otra fecha y lugar de Nepal. Las comitivas que llegan hasta este lugar tras una peregrinación a pie desde la India se instalan entre los campos de cultivo, aprovechan la sombra de cualquier árbol seco y se hacinan a la orilla de un río. Con la noche llegan las bajas temperaturas y muchos hombres se emborrachan y bailan a la luz de las hogueras hasta el alba. El frío que baja de las montañas es tan intenso que este año murieron ateridos seis niños.

Figuras tan dispares como Brigitte Bardot, Maneka Gandhi -una política india de la ilustre familia Nehru- o el enigmático niño Buda que vive en los bosques cercanos se han manifestado contra la brutal celebración. Pero ninguno ha conseguido que los devotos de Ghadimai dejen sin sangre a su diosa.

«Ni lo conseguirán nunca», afirma Manesh, uno de los matarifes. «Las leyes de protección de animales son muy modernas, y esta tradición tiene siglos. Ghadimai exige sacrificios y nosotros se los ofreceremos siempre». Más de mil policías y soldados fueron desplegados en las cercanías del recinto sagrado donde se efectuó la matanza de búfalos. El Gobierno de Nepal entregó más de 40.000 euros a los sacerdotes del templo para que sacrificasen muchos animales y así los dioses ayuden a solucionar la difícil situación que atraviesa el país. Parece imposible que una costumbre que despierta tantas pasiones vaya a acabarse de la noche a la mañana.

LOS SACERDOTES SE FORRAN

Por otro lado, los enormes beneficios económicos que obtienen los custodios del templo de Ghadimai hacen aún más difícil que el festival decaiga. La mayor parte del dinero obtenido de la venta de carne, pieles y huesos de los búfalos sacrificados va a parar a los bolsillos de estos sacerdotes. Ellos aseguran que los sacrificios han de ser cuanto más numerosos mejor, para que la riqueza y las buenas cosechas lleguen a esta depauperada región. Pero viendo la extrema pobreza en que viven las gentes de Bariyarpur, uno se pregunta si ese dinero no se podría emplear de otra manera. Al menos, el deseo de encontrar un trabajo se cumplirá para muchos de los vecinos. Todo el pueblo se afana en cavar zanjas donde enterrar las reses en peor estado y los esqueletos que ni los perros hayan querido llevarse. Incluso así, el hedor que queda después de cada festival es tan fuerte que los vecinos evitarán esos caminos durante semanas.

En la actualidad, Nepal es un país en la encrucijada. Hace pocos meses que la guerrilla maoísta terminó con una monarquía centenaria que se presentaba como una encarnación divina. Este pequeño país cercado por las montañas más altas del planeta ha pasado de ser el único estado con el hinduismo como religión oficial a convertirse en una república zarandeada por las ansias de poder de comunistas, líderes religiosos y monárquicos. En el barrio turístico de Katmandú, una versión desgarbada de la modernidad se ha colado en forma de películas pirateadas, bares y casinos donde los mochileros occidentales intentan revivir la fantasía hippy.

Tal vez al sentirse rodeado por tanta incertidumbre, al pueblo nepalí sólo le quede la opción de mirar hacia arriba e implorar a sus dioses un poco de paz y fortuna. Aunque sea a cambio de sangre.

El Mundo (España)

 


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