Así, si alguien critica la propuesta de la reforma tributaria, sus críticas son descontadas diciendo que el que critica es un "economista corporativo", sugiriendo que sus opiniones están condicionadas por sus trabajos o empleadores, no por un análisis de los pros y los contras de las propuestas mismas.

Con esto, los voceros desvían la atención del tema en discusión a un ataque puramente personal, evitando así el debate racional y abierto que debería existir en temas de gran importancia para el país.

Los epítetos usados en estos ataques han ido subiendo de tono, hasta el punto de que en una reciente entrevista con El Faro el Presidente del Banco Central usó palabras como "mercenario" para referirse a profesionales de prestigio y "tontos" y "espurios" para los argumentos críticos de Fusades (Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social).

En un nuevo giro, el mismo Presidente del Banco Central recitó la lista de los respetados profesionales que forman la comisión de directores del DEES (Departamento de Estudios Económicos y Sociales) como si el solo sonido de sus nombres implicara algo malo sobre ellos.

Y en ningún momento refutó los argumentos técnicos que se han presentado contra los planes del gobierno o la falta de ellos. Para defender así las políticas del gobierno no se necesita instrucción notoria, sólo saber insultar.

Esto es muy triste porque lo que se esperaba al tomar posesión el Presidente Funes era un gabinete de personas que podrían pensar diferente de las que las precedieron pero que sostendrían sus políticas con razonamientos técnicos y profesionales —no con insultos y malacrianzas. Esto daría más vida al diálogo.

Los insultos, los epítetos y las malcriadezas lo eliminan. En realidad, los insultos evidencian que en el gobierno hay personas que se creen moralmente superiores a los demás ciudadanos y que por eso creen que pueden hacer lo que quieran sin dar explicaciones y que aún pueden insultar impunemente a sus críticos, sin demostrar el respeto al cargo que se espera de cualquier persona educada y aun más de un miembro del gabinete.

El insulto evidencia el desprecio al oponente que es característico de la prepotencia, del mareo que aqueja a algunos cuando una posición se les sube a la cabeza, no de la competencia en la búsqueda del bienestar del país. No es una muestra de fuerza sino de debilidad en el manejo de los argumentos racionales. El país ya no está para estas cosas.

El uso de insultos no sólo es triste. También tiene serios efectos políticos. No hay nada más polarizante que los insultos. Contradice lo que el Presidente ha dicho con respecto a ser el presidente de todos los salvadoreños y a su ánimo de fomentar la armonía social.

El Presidente prometió trabajar para reducir la polarización y él en su discurso ha usado siempre un tono y un lenguaje conciliatorios. Es una lástima que funcionarios de menor rango hagan lo contrario, deshaciendo con una mano lo que el Presidente está tratando de hacer con la otra.

El intercambio entre gobierno y ciudadanos sobre cuestiones económicas no se ha deteriorado del todo porque los ciudadanos no han caído en la tentación de devolver el insulto personal.

Lo más alarmante es que estos insultos es lo único que sale del gabinete económico en términos de defensa de sus políticas.

Esto hace pensar que esas políticas han sido diseñadas no para mejorar al país sino para herir a ciertas personas a las que se les tiene cólera por razones muy diferentes a las políticas de Estado.

Con los insultos se vuelve obvio que hay hígado, que hay resentimientos personales, rabias ocultas que surgen a la luz en la primera oportunidad.

Y esto es injusto con el pueblo, ya que a éste no le importa si el ministro tal o el presidente de tal institución detesta a unas personas o a un cierto tipo de personas, o si se muere por demostrar que es mejor que ellas; lo único que le importa al pueblo es que el gobierno diseñe soluciones racionales a sus problemas y políticas orientadas a darle una vida mejor.

La ciudadanía tiene derecho a que se discutan estas políticas de una manera racional, y lo que el gobierno le está dando son insultos a cualquiera que ose pedir explicaciones o, peor aún, que se atreva a estar en desacuerdo con las ideas del gobierno.

Las discusiones basadas en insultos personales son propias de países primitivos. El gabinete económico haría bien en demostrar respeto al país discutiendo técnicamente sus propuestas, no con prepotencia y malcriadeza. No debería ser necesario decir esto.

Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 23 de noviembre de 2009.