Bill Clinton apenas llevaba nueve meses en el cargo - casi los mismos que lleva Barack Obama-cuando el ahora ya fallecido Jesse Helms, el último senador estadounidense abiertamente racista, pronunció una frase terrible: "Si el presidente viene por Carolina del Norte (el estado de Helms), mejor que porte un chaleco antibalas…". Sirva la anécdota para demostrar que no hay nada nuevo bajo el sol; la brutal campaña de la ultraderecha estadounidense contra el primer presidente afroamericano del país tiene precedentes y no parará hasta que Obama abandone la Casa Blanca, como pronto en enero del 2013 y, más que probablemente, en el mismo mes del 2017.

Lo cierto es que el actual inquilino de la Casa Blanca ha tirado de manual, presentando la totalidad de su programa - reforma del sistema sanitario, reducción de la emisión de gases con efecto invernadero, reforma del sistema financiero, retirada del escudo antimisiles en Polonia y la República Checa, cierre progresivo de la prisión de Guantánamo, retirada gradual de Iraq, etcétera-en los primeros meses de su mandato, aprovechando la teórica docilidad del Congreso y el desbarajuste interno de la oposición republicana. A diferencia de Clinton, que se enzarzó en programas demasiado radicales (como la reforma sanitaria diseñada por Ira Magaziner y presentada por su esposa, Hillary) o de dudosa oportunidad (gays en el ejército), Obama ha priorizado al gobernar los grandes ejes de su campaña electoral. Nadie ha podido llamarse a error.

En cualquier caso, es evidente que Obama está a la izquierda del espectro político norteamericano, aunque, probablemente, no tan escorado como lo estuvo Bush hacia el otro lado en sus ocho años de mandato. Sólo el demoledor bagaje de la última administración republicana y el aparente final del sistema financiero capitalista que pareció emerger en el otoño del 2008 propiciaron que el electorado estadounidense, que se había revelado dividido a partes iguales en el 2000 y el 2004, se inclinara claramente por el bando demócrata en las elecciones presidenciales y legislativas del año pasado.

En otras palabras, todo apunta a que estábamos más bien ante un movimiento pendular que ante un cambio de ciclo. En definitiva,

Obama podría ser vulnerable dentro de tres años... a no ser que los republicanos continúen y profundicen su inveterada tendencia al suicidio. En realidad, desde que Reagan abandonó la Casa Blanca en enero de 1989, ya con claros síntomas del alzheimer que marcaría los últimos años de su vida, los republicanos están esperando la llegada del nuevo mesías, un papel que, obviamente, no llenaron Bush padre (candidato en 1988 y 1992), el ex senador Bob Dole (1996) o el senador John McCain (2008). Por un momento, pareció que Bush hijo sería esa gran esperanza blanca, pero a su alarmante incompetencia se unió dejar el gobierno del país en manos de un vicepresidente tan sectario y manipulador como Dick Cheney.

Y el caso es que republicanos moderados como Romney (ya candidato en el 2008), Pawlenty (Minnesota) o Crist (Florida) podrían ser competitivos en el 2012, pero lo más probable es que el partido designe como rival de Obama a un veterano bajo la sombra de la corrupción (el ex speaker Newt Gingrich), a un paleto del sur (el ex gobernador Mike Huckabee) o una iletrada con ínfulas (la ex gobernadora Sarah Palin), eso sí, todos ellos de impecables credenciales ultraderechistas. Todo un regalo del cielo para Obama.