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24/09/2009 | Honduras. Enaltece al fuerte, machaca al débil

Libertad Digital Staff

Zelaya, cuya lista de amigos incluye al sandinista Ortega, al grupo ex terrorista FMLN de El Salvador y especialmente a Hugo Chávez, patrono de libertadores por todo el continente, cuenta con la comunidad internacional para implantar en Honduras el socialismo del siglo XXI. Ahí está el Gobierno de España ayudando a forzar al débil frente al fuerte.

 

Esta comunidad internacional –reunida hoy en el espléndido marco de Turtle Bay donde debió cerrarse todo después de que Hitchcock filmara Con la muerte en los talones, lo último meritorio que se vio allí–, y sus correveidiles de la prensa bienpensante se han empeñado en machacar al gobierno legítimo de Honduras.

De nada sirve que Zelayabuscara, agitando a la población antes como ahora, un segundo mandato prohibido por la Constitución de Honduras, que el Tribunal Supremo ordenara su arresto ni que todas las instituciones del pequeño país, desde el parlamento al defensor del pueblo pasando por la Iglesia, respaldaran la necesidad de que desistiera de su intento golpista. De nada sirve que no haya habido nada más constitucional en mucho tiempo que deponer a Zelaya.

Aparte de recordar el artículo 239 de la constitución hondureña, impecablemente aplicado, lo que ya hemos hecho, permítase citar un informe del servicio de información del Congreso americano de agosto de 2009:

El Tribunal Supremo de Honduras tiene autoridad constitucional y legal para conocer de casos contra el presidente de la República y muchos otros altos funcionarios del Estado, para sentenciar y ejecutar las sentencias, y para pedir la asistencia de las fuerzas públicas a la hora de exigir su cumplimiento.

El informe añade que los poderes legislativo y judicial aplicaron la norma constitucional y legal en el caso contra el presidente –hoy golpista de facto– Zelaya, de acuerdo con el Derecho hondureño.
 
La comunidad internacional a lo suyo. Es esto.

Irán está a unos cinco meses de hacerse con un arma nuclear y unirla al proyectil con que lanzarla. Consecuencia de lo cual y a pesar de haber dicho expresamente el régimen de Ahmadineyad que piensa hacer desaparecer a la entidad sionista de la faz de la tierra, y que no piensa hablar de armas nucleares, la comunidad internacional, ayudada por sus terminales mediáticas titula a toda página Irán discutirá su programa nuclear a partir del 1 de octubre. Ninguna intervención a favor de los manifestantes, ni en contra del régimen que dio por válidas las elecciones fraudulentas de junio, ha reprimido con sangre a la disidencia y se ha burlado de Occidente con unos procesos de Moscú en Teherán.

Después de haberse calentado la boca Obama con la guerra de necesidad (Afganistán)frente a la guerra de elección (Irak), como decíamos ayer, y después de decir que se lo iba a pensar, se oyen rumores cada vez más preocupantes de que la retirada de Afganistán es para ya.

Para concluir, se dice que hay pendiente una jugada magistral a 18 bandas que implica a Moscú, Tel Aviv y Washington y que puede suprimirse el escudo antimisiles europeo dado que, según ha explicado Mark Helprin, la política exterior de Occidente se parece cada vez más a un diálogo de Alicia en el País de las Maravillas:

Vamos a cancelar una defensa que costaría cinco años poner en marcha, porque la amenaza no será efectiva hasta dentro de cinco años. Y no desplegaremos interceptores en tierra en Europa, porque tenemos un nuevo plan para desplegar interceptores en tierra en Europa. 

Que vengan los hermanos Marx y nos lo expliquen.


¿O acaso hemos entendido bien y se trata de un apaciguamiento preventivo a cambio de absolutamente nada?


Si no puedes vencer a tu enemigo, o te da pereza, únete a él.


Nada es más sintomático de esta actitud que esta defensa a ultranza, liderada por ZP y Moratinos en la UE (ayuda al desarrollo revocada, embajador expulsado, ascendiente en la UE en asuntos hispanoamericanos) de machacar al gobierno legítimo de Honduras frente al golpista de facto Zelaya.


Resulta que aparentemente países que dicen defender la independencia judicial y la separación de poderes están hoy empeñados en dar un golpe de estado contra una pequeña nación extranjera con tal de aplicar su credo, despreciable, del socialismo del siglo XXI. Esta conjunción de los más poderosos y sus correos mediáticos, contra los más desvalidos, es más que infame. Por favor, que alguien recupere la cordura y que Zelaya se entregue, se le juzgue, y se tengan en paz las elecciones de noviembre.

Libertad Digital


Honduras: las claves para entender una crisis política

Por Ricardo Angoso

Colaboraciones nº 2605   |  24 de Septiembre de 2009

Los orígenes de la sinrazón zelayista

La gravísima crisis institucional provocada por el ex presidente Manuel Zelaya durante el pasado mes de junio tuvo entre sus principales consecuencias su desautorización por parte del Parlamento, el poder judicial y la máxima instancia electoral hondureña. También fue la desencadenante de su posterior destitución, el 28 de junio. El origen de la misma provino de su errática decisión de plantear una consulta sobre su reelección, que iba claramente en contra de la Constitución hondureña, y que seguía la misma deriva autoritaria que los procesos reeleccionistas de Ecuador, Nicaragua y Venezuela, sus principales apoyos en su aventurada (y alocada) deriva interior y exterior castrochavista.

Sin embargo, el conflicto entre el entorno de Zelaya, entre los que destacaba con luz propia y especial protagonismo su ex canciller Patricia Rodas, estaba servido desde los primeros días. Conviene recordar que Rodas, la todopoderosa presidenta del Partido Liberal hondureño y bien conocida en los círculos izquierdistas de su país por sus simpatías con la revolución cubana y los sandinistas, ha tenido una influencia decisiva en la evolución política de Zelaya. Con vínculos familiares con Nicaragua y asidua visitante de este país desde hace años, donde solía asistir frecuentemente al aniversario que marcaba el final de la dinastía Somoza, al parecer habría convencido a Zelaya, en una fecha tan reciente como julio de 2007, para que asistiera a este evento. Craso error en un continente donde los símbolos y gestos tienen tanto o más valor que los hechos en sí mismos.

Unos meses más tarde de su baño de multitudes sandinista, en donde los líderes de Honduras, Nicaragua, Panamá y Venezuela, animados por la mismísima Rodas y la esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, llegaron a cantar “El pueblo unido jamás será vencido”, el presidente Zelaya llegó a defender públicamente la inclusión de Honduras en la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), objetivo que más tarde concluiría exitosamente. Entre el año 2007 y el 2008 se suceden los contactos e intercambios políticos y comerciales con la Nicaragua sandinista y con la Venezuela de Chávez, la izquierdización de la política exterior hondureña es clara, mientras comienza a crecer la preocupación en las filas del empresariado de este pequeño país, de donde paradójicamente procede Zelaya, en la Iglesia católica –un baluarte ultraconservador en uno de los países más religiosos del continente- y en el ejército, seguramente el más ligado de toda América Central con los Estados Unidos y con mejores relaciones con todas las administraciones norteamericanas de todos los signos.

En enero de este año, Zelaya comienza a concretar y consolidar su acción exterior en esta dirección izquierdizante. Nombra, de una forma sorprendente y causando un gran revuelo –hasta los periodistas presentes en la rueda de prensa en la que se anuncia su nombramientos abuchean al máximo líder y le muestran su disconformidad con tal medida-, a la ya citada Rodas como nueva canciller de Honduras. Así comienza la súbita transformación de Zelaya y el influjo del hechizo de la nueva cancillera. También un cambio radical, que preocupa a todos en el exterior, pero sobre todo a los Estados Unidos y sus aliados en la zona, en su rumbo en la política internacional.

Una vez consolidado su poder, en enero de 2009, Rodas comienza sus contactos con Teherán, siguiendo los pasos de Chávez, intensifica las relaciones con Cuba, apoyando amplios programas de cooperación bilateral, y mantiene un  alto nivel de interlocución y diálogo con Bolivia y Ecuador –dos de los principales aliados continentales del régimen de Caracas-. La comunidad judía hondureña, por ejemplo, puso el grito en el cielo cuando la cancillera anuncia su intención de establecer relaciones diplomáticas con Irán, antesala segura, tal como ha pasado en Venezuela, de un enfriamiento en las relaciones de este país centroamericano con Israel y un auge del antisemitismo.

Pero la influencia de estos países en la vida política hondureña también comienza a notarse en el interior. Siguiendo los pasos de sus nuevos aliados, Manuel Zelaya anuncia también su intención de reelegirse por otro mandato, contraviniendo la Constitución y el ordenamiento jurídico hondureño, y su deseo de celebrar una consulta –al estilo de la realizada por Chávez en Venezuela- para legitimar un proceso que a todas luces resultaba ilegal. La preocupación en la sociedad hondureña llegó al clímax cuando se anunció dicha consulta para el pasado 28 de junio.

Crónica de una “colisión institucional” anunciada

La bipolarización del país estaba servida y los sectores más moderados de la sociedad hondureña, donde la figura de Rodas sembraba la incertidumbre y la desconfianza, creyeron ver en la mano de la cancillera las erróneas decisiones que tomaba el máximo líder, cada vez más cerca del chavismo que de los ideales liberales con los que se aupó al poder por la vía democrática. Rodas, que había recibido duras críticas durante su mandato como presidenta del Partido Liberal, sobre todo por sus ideas izquierdistas, había conseguido en muy poco tiempo sembrar la división en su formación política, dejarla al margen de las grandes decisiones que tomaba Zelaya, que cada vez iba más por libre, y sembrar el caos y el desorden en el proceso de renovación de cargos tras su salida por su nombramiento como canciller de Honduras. Por cierto, que en dicho proceso fue reelegido su sempiterno enemigo y actual presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti. Todo ello, claro está, de una forma libre y democrática.

Las espadas entre Rodas y Micheletti estaban en alto desde el pasado mes de abril y la crisis en el seno de los liberales hacía presagiar futuras y seguras colisiones entre ambos con consecuencias para todo el país. Mientras la crisis se revelaba en toda su dimensión sobre este telón de fondo, Zelaya seguía con sus preparativos para llevar adelante su dichosa consulta. Ante este afán suyo por seguir en el poder a cualquier precio, las instituciones hondureñas responden duramente en su contra, argumentando que la reelección del presidente va en detrimento del orden constitucional y socava los principios jurídicos sobre los que se asienta el endeble Estado de Derecho.

Paralelamente a sus maniobras para continuar con la consulta puesta en entredicho, el Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema de Justicia, la Fiscalía General y el Congreso de la República declararon ilegal la misma. Asimismo, y en una vuelta más de tuerca, el Congreso aprobó una Ley el 23 de junio donde se rechazaba la celebración del referéndum. Rodas, mientras tanto, callaba, pues sabía de su impopularidad y de la encrucijada a la que había llevado a su presidente.

Luego los acontecimientos se suceden en cascada y precipitan, de una forma irreversible, las fatales consecuencias que tienen para Honduras unas decisiones erróneas y una percepción de su propia realidad social cuando menos fallida. La Corte Suprema vota en contra de tal destitución que tan sólo responde a los caprichosos de su presidente.

Mientras, Zelaya, en plena huida hacia delante y siguiendo el llamado del hechizo que le domina desde principios de este año, descalifica a todas las instituciones hondureñas, desde el legislativo al poder judicial, pasando por el ejército, la Iglesia y la propia formación que le había dado todo en su carrera política, denominando a todos ellas como parte de lo peor de la “oligarquía” hondureña y de estar al servicio de los más oscuros intereses de la derecha centroamericana.

El conflicto entre las partes tan sólo podía desembocar en una segura colisión entre los poderes constitucionales hondureños y el ex presidente que traicionó el mandato que el pueblo y su partido le habían entregado hace apenas tres años. De nada sirvieron las serias advertencias que en las primeras semanas de junio le habían lanzado las Fuerzas Armadas hondureñas, el legislativo, la Iglesia católica, algunos dirigentes de su antiguo partido e incluso algunas figuras de la escena internacional, como el enviado norteamericano John Dimitri Negroponte. Zelaya estaba jugando con fuego y lo sabía, tan sólo debía de desconvocar la consulta ilegal y pactar una salida consensuada a la grave crisis institucional que padecía el país. Así se hubieran evitado males mayores.

Pero, en lugar de eso, quizá jaleado y animado por sus socios de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), entre los que destacan los grandes “demócratas” Hugo Chávez, Fidel Castro y Daniel Ortega, Zelaya decidió seguir su camino y dar la batalla, es decir, apostar por la celebración de la consulta ya desautorizada por todos los poderes institucionales y convocar a todas sus fuerzas para llevar a cabo la misma. También cesó al jefe de las Fuerzas Armadas, Romeo Vásquez Velásquez, por haberse negado a obedecer acciones ilegales y prestarse al juego presidencial que ya estaba fuera de Ley. Zelaya pretendía que las Fuerzas Armadas llevasen a cabo el trabajo logístico relacionado con la consulta y que incluso tomasen partido a su favor, en una peligrosa acción que amenazaba con provocar seguras consecuencias, tal como ocurrió ulteriormente. ¿No es acaso un golpe de Estado utilizar al ejército para llevar a cabo una acción ilegal e inconstitucional por parte de un ejecutivo desautorizado?

Continuidad constitucional en una situación de crisis

Así las cosas, y con la tensión en aumento en la calle, el 28 de junio las Fuerzas Armadas, de acuerdo con el resto de las instituciones del Estado, decidieron actuar y poner fin a la crisis institucional. Puede que la estética política con respecto a la acción, así como la forma en que se procedió después, expulsando a Zelaya, sea discutible, pero no cabe la menor duda de que el supuesto “golpe de Estado” no fue más que una acción técnica destinada a contribuir a la apertura de un proceso de normalización política y constitucional. Se puedes discutir las formas, obvio, pero el diagnóstico no era errado: el país estaba paralizado institucionalmente y al borde del enfrentamiento civil.

Es cierto que no ha habido una transición pacífica y tranquila, que el cambio no se ha llevado de una forma dialogada, pero no es menos cierto que la continuidad institucional se ha garantizado y que todos los poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, han continuado funcionando sin interrupción. Los militares no participaron en la acción del día 28 de junio para hacerse con el poder, sino para contribuir a la normalización política de Honduras. 

Pese a las acusaciones de la Organización de Estados Americanos (OEA), las Naciones Unidas, la Unión Europea (UE) –condicionada por el Ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, cada vez más en la órbita chavista en los asuntos latinoamericanos- y los Estados Unidos, en el sentido de que se había transgredido el orden constitucional, el “edificio” jurídico del Estado de Derecho hondureño ha salido indemne de la reciente crisis. Fue el legislativo, de la mano del actual presidente del país, Roberto Micheletti, el que aprobó la suspensión de Zelaya y el nombramiento del actual máximo mandatario. ¿No reside, acaso, la soberanía nacional de los países en los parlamentos?

Condicionada por los aliados izquierdistas de Hugo Chávez en la región, la comunidad internacional no analizó los antecedentes de la crisis ni tuvo en cuenta el profundo colapso institucional que vivía en el país, al borde de la confrontación civil entre los partidarios del ex presidente Zelaya y los que defendían el Estado de Derecho. El verdadero golpe de Estado, técnicamente hablando, fue el ejecutado por Zelaya al romper con las instituciones democráticas, traicionar el compromiso adquirido ante su electorado y su propio partido, el liberal, y descartar el consenso de su agenda política para desbloquear una situación que tan sólo podía acabar como ha concluido.

Honduras, primer gran fracaso estratégico de Chávez

Aparte de estas consideraciones en clave interna hondureña, la intromisión externa de los países del ALBA en los asuntos de Honduras no ha cesado desde la deposición de Zelaya. Apoyo de los diplomáticos cubanos, nicaragüenses y venezolanos a los partidarios del presidente saliente en suelo hondureño, contraviniendo todas las normas del derecho internacional; cobertura a bandas armadas de simpatizantes de Zelaya en la frontera nicaragüense; hostigamiento político, mediático y diplomático en todos los foros a las nuevas autoridades hondureñas; imposición de un  bloqueo económico y comercial a Honduras utilizando todos los medios y, finalmente, boicoteo permanente a toda forma de diálogo y reencuentro entre los dos bloques enfrentados en la crisis, concretamente “torpedeando” el Plan Arias, han sido, a modo de rosario resumido, las medidas casi “bélicas” tomadas por Chávez y sus partidarios contra la Honduras que emerge de las ruinas del “socialismo del siglo XXI” que inspiraba esa suerte de caudillo populista que hoy se esconde entre La Habana y Caracas.

Y es que el primer gran error en la percepción occidental a la hora de analizar los acontecimientos que se han sucedido desde hace unos meses en Honduras es descontextualizarlos de la realidad actual en América Latina. A este respecto, hay que reseñar que el continente vive desde hace diez años inmerso en una lucha a muerte entre los que defienden los modelos democráticos de corte occidental para sus países o los que abogan por una suerte de caudillismo populista de ribetes autoritarios y con una clara apuesta, en lo económico, por la cubanización de sus maltrechas economías. Es lo que Chávez denomina el “socialismo del siglo XXI, que hasta el día de hoy, que se conozca, no ha dado más resultados concretos que un Estado venezolano infuncional minado por la corrupción, el nepotismo y el despilfarro de los fondos procedentes de la bonanza petrolera, y que en otros Estados del continente –Bolivia, Ecuador y Nicaragua- se “ensaya” con resultados parecidos. Pobreza, miseria y hambre, junto a la emergencia de un autoritarismo de nuevo cuño, son las principales características de este sistema político.

La intromisión de Chávez en la vida política de otros países es un rasgo característico del proyecto hegemónico y totalitario que encarna el ex militar venezolano. Ex golpista y autoritario, Chávez apoyó, en su momento, al contrincante izquierdista y populista de Allan García en Perú, simpatiza sin ocultarlo con la organización terrorista colombiana FARC (homenajeada sin rubor y ensalzada por los partidarios del sátrapa de Caracas en las calles venezolanas), apoya a las organizaciones más izquierdistas de todo el continente y ha tejido, con la ayuda de Ecuador, la infuncional e increíble Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), una suerte de Pacto de Varsovia bis que trata de aglutinar a las nuevas potencias neocomunistas de la región. Incluso en fechas recientes siguió considerando a las FARC casi como una heroica y valiente fuerza guerrillera que lucha contra un ejército (el colombiano) tildado de criminal por el sátrapa de Caracas.

Honduras era parte del proyecto político estratégico de Chávez. Había intereses políticos y económicos en juego para adueñarse de este pequeño país centroamericano. Una vez consolidado el poder del Zelaya, pensaba el sátrapa venezolano, la cubanización del país, al estilo de lo que había pasado en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y la misma Venezuela, estaría servida. Sin embargo, el “cacique” venezolano, que se cree con derecho a entrometerse sin limites en la vida política de todos los países sin ningún sonrojo, estaba vez se vio superado por los acontecimientos y la sociedad hondureña reaccionó con todos sus recursos políticos e institucionales contra las veleidades autoritarias y populistas de Zelaya. El tiro, desde luego, les salió por la culata y la opereta hondureña, animada y jaleada por personajes tan escasamente democráticos como el ecuatoriano Rafael Correa y el nicaragüense Daniel Ortega, terminó de la mejor manera posible: la destitución del presidente Zelaya y el retorno a la normalidad constitucional, por mal que les pese a algunos y aunque las formas no haya sido, desde luego, muy cuidadosas. Se debía de haber hecho de otra forma, la estética no ha sido, como ya se ha dicho antes, la más cuidada.

Una salida democrática sin intromisiones externas

En estas circunstancias, y cuando el Plan Arias parece ya definitivamente “aparcado”, toda vez que ha sido desautorizado por una de las partes (Chávez y compañía), que consideran al máximo líder centroamericano como una “marioneta” de los Estados Unidos, la única alternativa realista a la actual coyuntura es la convocatoria urgente de unas elecciones libres y democráticas. Decir que el actual ejecutivo no tiene legitimidad para organizar y celebrar las mismas es una incongruencia política, pues desautorizaría la naturaleza y la validez de todas las Transiciones a la democracia en Europa occidental y del Este, donde fueron los regímenes autoritarios los que organizaron los comicios que propiciaron y permitieron el cambio político y la posterior consolidación de las incipientes (y nuevas) democracias.

Desde luego, y como en todos los procesos políticos, tiene que haber algunas limitaciones, pues la presencia de Zelaya en las elecciones impediría el normal juego entre los diversos actores políticos y porque sería fuente generadora de conflictos y “turbulencias” en la campaña. También sería ilegal, pues su mandato ha concluido y el sistema político hondureño no prevé la reelección, sobre todo viniendo de quien no ha sido más que una fuente permanente de problemas y contenciosos en la vida de este antaño tranquilo país. Quizá un “cordón sanitario” que aísle a los dos polos ahora enfrentados sería una parte sustancial del final de este sainete centroamericano.

En definitiva, los hondureños tienen que tener la última palabra en un proceso limpio, transparente y competitivo sin intromisiones externas y sin llamamientos al enfrentamiento entre las partes, tal como los que realiza Zelaya de una forma irresponsable en estos días de caos y confusión. Luego se necesita la cooperación de la comunidad internacional, especialmente de la UE y los Estados Unidos, para llevar a cabo un proceso que necesitará de tiempo, buen hacer político y diplomático y prudencia por las partes en liza; de lo contrario, no descartemos que la violencia sea la continuación del diálogo por otros medios.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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