Pero ayer era diferente. Se hacía fotos aferrada a los nietos vivos de Adenauer, como si quisiera apropiarse del ADN de la tradición democristiana. Comentó una de sus anécdotas preferidas del gran Adenauer: cuando un periodista americano le preguntó por qué había formado un gobierno con ministros de 60 años, él contestó: «Porque no los encontré de 80».

Se puso un poco tensa, eso sí, cuando uno de los nietos, Sven-Georg Adenauer, recordó otra frase de su abuelo: «La iglesia, sobre los asuntos políticos, no tiene que decir ni sí, ni no, sólo amén».

Merkel visitó también el Museo Alexander König en Bonn, donde se reunió el primer Parlamento democrático en 1948 y en el que Adenauer tuvo su despacho provisional, cuando la democracia alemana se improvisaba cada mañana. Tras cumplir el sueño infantil de todo político de la CDU, sentarse en el sillón del despacho de Adenauer, llegó la hora de subir al tren. ¡Y qué tren!

El Rheingold Express es un tren-cama de ensueño de los años 30, jubilado en 1987 y puesto de nuevo en marcha en el año 2000, para uso turístico-nostálgico. Merkel prescindió de los lujosos compartimentos tapizados en terciopelo verde y con baños alicatados aún en el mármol original. Prefirió sentarse, junto al secretario general de la CDU, Roland Pofalla, en el piso superior, renovado y acristalado, desde el que se contempla el paisaje a lo largo del Rin. En este tren realizó su campaña electoral Adenauer en 1953 y en 1957. Su recuerdo era tan intenso que se diría que su espíritu recorría el país de oeste a este junto a Merkel.

Si Adenauer levantase la cabeza, no saldría de su asombro al descubrir una mujer canciller, uno de los aspectos por los que será recordada la legislatura de Merkel.

Como buen alemán, Adenauer era un gran ahorrador, y no hubiera aprobado los 500.000 millones de euros entregados a los bancos y que también pasarán a la historia de esta legislatura. En 1948, Marshall ofreció ayuda a Adenauer: millones de dólares para surtir de leche, huevos, legumbres y ropa a los agobiados alemanes de postguerra. Respondió que, para eso, ni un centavo. «Aceptamos cuanto quieran enviar, pero para la industria: carreteras, plantas generadoras de electricidad. Créditos blandos y no tan blandos».

Sí hubiera suscrito, sin embargo, las palabras de Merkel en Erfurt: «No podemos poner en peligro los puestos de trabajo, no podemos poner en peligro el futuro», quizá justificando su intervención en Opel. También su llamada a los alemanes al «coraje civil», en Leipzig. En cada parada ofrecía un mini-mitin contrarreloj que sabía a poco. En Coblenza, lanzó un aviso. «Necesitamos una política estable. No podemos permitirnos experimentos», dijo, en relación a las coaliciones posibles entre partidos pequeños, de cara a las elecciones federales del 27 de septiembre, en las que Merkel, según las encuestas, saldrá reelegida canciller.