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11/06/2005 | Bolivia, y la confrontación de tres proyectos incompatibles

Rubén Benedetti

"Evo, a pesar de su discurso, no es un outsider de la política: fue candidato a presidente y su partido es una fuerza importante en el Congreso. Agitando la amenaza de reeditar la Revolución de Octubre y exigiendo la renuncia a Mesa primero, y la toda la línea sucesoria después, no hace más que precipitar un vacío institucional que fuerce a elecciones anticipadas, donde se siente seguro ganador. "

 

La renuncia del Presidente Mesa no solo no ha logrado pacificar al país sino que ha intensificado la presión sobre  los retazos del poder político, que no sabe encontrar solución a la creciente violencia. Sumidos en un autismo agudo los funcionarios no encuentran caminos para destrabar la situación, aunque  es difícil dar respuestas cuando ya ni siquiera está claro qué es lo que se peticiona.

En general hasta ahora,  el conflicto se ha leído de una manera bastante primaria, reduciéndolo al reclamo contrapuesto de un pueblo pauperizado, contra los intereses de una oligarquía enquistada en el poder, en los que se mezcla el reclamo de autonomía de los territorios del sur y oriente. Esta simplificación da cabida a la esperanza de encontrar soluciones institucionales, como las que aún pretende la acosada clase política, que se desespera en hallar una línea de sucesión alternativa.

Pero esta visión ha ignorado que aún entre los sectores que han motorizado las protestas los proyectos son disímiles en extremo. Aunque diferenciados en sus objetivos hasta ahora indigenistas y campesinos se han amalgamado en el reclamo primario de llamar a asamblea constituyente y nacionalizar los recursos naturales, un pedido irreconciliable con el proyecto de las asambleas del Sur y Oriente, que pretenden encauzar su futuro mediante un proyecto económico más o menos racional.

Muchos analistas han condicionado la resolución de la crisis a la actitud que tomaran las fuerzas armadas, minimizando el hecho que las mismas reflejan en sus cuadros las mismas fisuras y los mismos enfrentamientos que la sociedad boliviana, lo que lejos de colocarlas como árbitro de la disputa puede por el contrario convertirlas en protagonistas principales de un desenlace violento.

Morales y Quispe, protagonistas principales del levantamiento popular sostienen en última instancia concepciones políticas muy diferentes. Evo Morales no parece ajeno a las pretensiones del eje Castro-Chávez: es suficiente revisar lo que expresan los medios oficiales cubanos y venezolanos para apreciar que la figura del cocalero se proyecta como un nuevo foco para expandir el socialismo del siglo XXI y la expansión del proyecto bolivariano.

Evo, a pesar de su discurso, no es un outsider de la política:  fue candidato a presidente y su partido es una fuerza importante en el Congreso. Agitando la amenaza de reeditar la Revolución de Octubre y  exigiendo la renuncia a Mesa primero, y la toda la línea sucesoria después, no hace más que precipitar un vacío institucional que fuerce a elecciones anticipadas, donde se siente seguro ganador.

Mientras tanto mantiene el crescendo de la estrategia confrontacional. Los cortes de ruta y los bloqueos con su secuela de desabastecimiento y escasez son empleados como arma contra la  menguada clase media urbana. Remedando el sitio de una ciudad medieval, pretende forzar la aceptación de cualquier solución que permita reencausar una vida medianamente normal. Sin embargo, en las últimas horas la violencia de los mineros, la virulencia de las protestas, y las amenazas sobre empresas e instalaciones militares hace pensar que en una pacificación es poco probable. Las  declaraciones de odio hacia los blancos, mestizos y  "cambas"  permite imaginar que no sería una posibilidad descabellada que la escalada revolucionaria desemboque  en  represalias fatales o limpiezas sociales a lo Khmer Rouge.

Felipe Quispe sueña con otro proyecto, que no precisa del congreso, de elecciones ni de la clase media. El ya ha tenido su elección,  desde que la etnia  aimará le confirió el título de  Mallku (príncipe) en un proceso en que las comunidades indígenas le delegaron la representación ungiéndolo como único interlocutor.

Quispe reclama el derecho a la autonomía de lo que el llama románticamente "pueblos originarios", reclamando el territorio y proclamando la supervivencia de una nación aymara, con sus propias leyes, religión, idioma, hábitos y costumbres. Desde ésta visión niega cualquier fidelidad al estado, y alza su propia bandera, la wiphala, en reemplazo de la tricolor boliviana.

El Estado Aymara se ha venido organizando lentamente, mientras el boliviano se iba desmantelando perfilando su condición de estado fallido. En el proceso la gente de Quispe ha avanzado en la redacción de una Constitución Política del Estado de Kollasuyo, y ha iniciado la preparación de códigos y legislación propio. En las áreas abandonadas por el poder central se reconstruyeron los Ayllus, comunas indígenas estructuradas según el modelo preincaico. 

Sin embargo, el modelo del Kollasuyo parece ser autoexcluyente y no considerar ni a las poblaciones urbanas, ni a quienes no comparten la etnia aymara: al blanco se los considera sucesor de la expoliación y la conquista española, y no tiene cabida en la nueva organización. Desde éste punto de vista el planteo de autonomía indígena parece en realidad un proyecto de independencia para una sociedad utópica, pero no comprende únicamente a  Bolivia, sino que pretende irradiarse a otros países para recomponer el desaparecido Tahuantinsuyo.

La tercera fuerza en danza es la que se alza en las provincias del Sur y Oriente (Santa Cruz, Tarija, Pando, Beni)  que sin líderes visibles pero con la fuerza de sus sectores productivos comenzó con un tibio pedido de autonomía para manejar sus propios recursos en respuesta al centralismo constitucional, y los desmanejos del gobierno de La Paz. Este reclamo fue incrementándose al crecer la presión de los grupos indigenistas y cocaleros sobre el poder central, y desembocó con el llamado unilateral al plebiscito autonómico, luego ratificado por decreto por el Presidente Mesa. A las pretensiones autonómicas de Santa Cruz, se les ha vinculado la posibilidad de asociarse a Brasil, como se ha mencionado que la voluntad autonomista de Tarija recurre a la afinidad histórica entre la región con la República Argentina, que integró hasta  bien entrado el siglo XIX. En los últimos días, el reclamo se reemplazó por un pedido de constituirse en Cabildo Abierto, remedando la asamblea que dio lugar en el antiguo virreinato a la proclamación de la independencia.

El resultado inmediato que resulte de la voluntad autonomista, las presiones de una revolución socialista y la utopía regresiva indigenista es imprevisible, aunque sin duda el desarrollo de los acontecimientos va a afectar profundamente la región, que va a sentir la influencia boliviana de manera mas intensa que en sus  180 años de sufrida existencia independiente.

Diario Exterior (España)

 


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