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03/04/2009 | ¿Podrá Obama con Osama?

Fernando Reinares

SI había alguna posibilidad de revertir las condiciones que en los últimos años han favorecido la reconstitución y el reforzamiento de Al Qaeda, era preciso un renovado liderazgo estadounidense en la lucha contra el terrorismo global.

 

Ese renovado liderazgo, con Barack Obama, requería a su vez de una redefinición de objetivos y de medios. Así se presenta la nueva estrategia para Afganistán y Pakistán delineada por el presidente norteamericano el 27 de marzo en Washington.

La redefinición de los objetivos reclamaba dejar atrás la falaz idea de que aquella estructura terrorista ya no existe. Se trata de «desbaratar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda en Pakistán y Afganistán, y de prevenir que vuelva a alguno de estos países en el futuro».

La redefinición de los medios obligaba a un enfoque más realista y pragmático. Pero sin que tuviera que derivarse del desistimiento, como el hecho suyo por muchos de quienes abogan por negociar con los talibanes. Al Qaeda sigue existiendo.

El presidente Obama y sus asesores en materia de seguridad parecen tenerlo bien claro. Es cierto que los riesgos y amenazas del terrorismo global no se limitan a la propia Al Qaeda. Pero no es menos cierto que esta estructura terrorista continúa empeñada en perpetrar nuevos atentados espectaculares, altamente letales e incluso no convencionales en las sociedades occidentales.

Al Qaeda promueve y facilita campañas terroristas en países cuyas poblaciones son mayoritariamente musulmanas, sin olvidar la ejecución de actos de terrorismo en otras naciones africanas o asiáticas donde los seguidores del Islam constituyen minorías significativas. Pues bien, el núcleo dirigente de Al Qaeda y la mayoría de sus varios centenares de miembros propios se encuentran en las denominadas zonas tribales de Pakistán, adyacentes con Afganistán.

Se encuentran, más en concreto, aunque no exclusivamente, en el norte y el sur de Waziristán. Líderes e integrantes de aquella estructura terrorista están allí desde 2002 bajo la protección de los neotalibanes paquistaníes y en asociación con los talibanes afganos.

Al Qaeda se encuentra implicada con unos y otros, unidos entre sí por sólidos ligámenes étnicos y consuetudinarios, en actividades insurgentes y terroristas a ambos lados de la porosa frontera que en teoría divide dos jurisdicciones estatales.

Mientras que los talibanes afganos se benefician de la dirección y la logística de Al Qaeda, los neotalibanes paquistaníes permiten que disponga de instalaciones para el adoctrinamiento y la capacitación terrorista de individuos reclutados dentro y fuera del mundo islámico.

En otras palabras, el epicentro del terrorismo global se localiza en unos remotos territorios al oeste y noroeste de Pakistán, desde donde se instigan y planifican atentados en ese país y en Afganistán.

Barack Obama apunta, pues, en la dirección correcta. Ese escenario surasiático e Irak son los ámbitos operativos preferentes del terrorismo relacionado con Al Qaeda. En esos tres países la mayoría de las víctimas del terrorismo pertenece a poblaciones locales. Tiene razón el presidente de Estados Unidos cuando insiste, al anunciar la nueva estrategia contraterrorista en Afganistán y Pakistán, en que son sus gentes «las que han sufrido más a manos de los extremistas violentos».

Pero igualmente es el escenario desde donde se instigan y planifican atentados en países occidentales o de otras regiones geopolíticas, bien sea por elementos de Al Qaeda o por los de entidades afiliadas a la misma. Respecto a los medios, el plan de Barack Obama se distancia de una serie de disposiciones de la Estrategia Nacional para Combatir el Terrorismo aprobada en 2003 y revisada en 2006.

La lucha contra Al Qaeda se plantea ahora con más precisión y menos ambición que la de acabar con los extremismos violentos en el mundo.

El marco de referencia no se formula ya en términos bélicos, pero los medios militares siguen siendo fundamentales y se van a incrementar sustancialmente en suelo afgano. El previo énfasis idealista en fomentar democracias que inhiban el terrorismo es reemplazado por otro que, junto a la voluntad de reforzar instituciones locales de gobierno y administración, subraya la necesidad de invertir mucho más en ayuda al desarrollo.

Igualmente, en el mensaje contraterrorista del actual presidente estadounidense se aprecia el paso de un enfoque preferentemente unilateral a otro que combina distintos partenariados bilaterales con arreglos multilaterales. Estos aspectos del plan denotan cambios respecto a la Estrategia Nacional Contra el Terrorismo heredada, pero también hay continuidades.

Barack Obama, tras apelar en su alocución a que las autoridades paquistaníes demuestren su compromiso en la erradicación de Al Qaeda y sus aliados, concluía: «E insistiremos en que se actúe, de uno u otro modo, cuando tengamos inteligencia sobre blancos terroristas de alto nivel». Es una advertencia relacionada con la inacción en el pasado contra líderes o figuras prominentes de Al Qaeda detectadas en suelo paquistaní y con la decisión de seguir utilizando aeronaves no tripuladas cuando se den esas circunstancias.

A pesar de que con frecuencia son operaciones que ocasionan numerosas víctimas circunstantes, a veces yerran en el blanco y casi siempre ponen en serios aprietos al Gobierno paquistaní ante sus enojados ciudadanos. Entre las medidas contra Al Qaeda en Afganistán y Pakistán anunciadas por el presidente estadounidense no figura, al menos explícitamente, la de entablar negociaciones con los talibanes.

Dijo que hay afganos que «han tomado las armas debido a la coacción o simplemente por un precio». Es dudoso que haya muchos así, pero a esos, según Barack Obama, les cabría «elegir un curso diferente». Sin embargo, el vicepresidente Joe Biden defendió dicha negociación en una reciente visita a Bruselas y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha expresado luego, en La Haya, su apoyo a las tentativa de separar a Al Qaeda y los talibanes «de quienes se les han unido no por convencimiento sino por desesperación».

En mi opinión, hay que felicitarse de que el plan del presidente norteamericano se formulara con especial prudencia a este respecto. No olvidemos que los acuerdos suscritos en los últimos años por las autoridades pakistaníes con neotalibanes de las zonas tribales han fracasado y resultaron contraproducentes.

No sabemos si Barack Obama podrá movilizar los esfuerzos imprescindibles para hacer frente con éxito a la capacidad de adaptación que han exhibido Osama bin Laden y los suyos. Pero supone una oportunidad irrepetible antes de aceptar como inevitable la derrota frente a la urdimbre del terrorismo global en Afganistán y de optar por una negociación con los neotalibanes para tratar de impedir la deriva de una potencia nuclear como es Pakistán.

Antes de resignarnos a que Al Qaeda mantenga de manera indefinida el actual santuario y a que sus implicaciones tanto para la estabilidad internacional como para la seguridad nacional de los países afectados, que son demasiados, se perpetúen. En este marco se debe repensar la contribución europea, haciéndola más decidida y más coherente.

España tiene una excelente ocasión para afirmar el lugar y la imagen que nos corresponde en iniciativas mundiales clave de prevención y lucha contra el terrorismo global.

**FERNANDO REINARES Catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos Investigador principal del Real Instituto Elcano

ABC (España)

 


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