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14/11/2008 | Acabó todo, menos el griterío

Stephen J. Wayne

La actual carrera a la Casa Blanca se perfila como una de las más importantes en la historia reciente de EEUU.

 

Resumen: Esta carrera a la Casa Blanca se ha descrito como una de las más importantes en la historia reciente de EEUU. Están en juego cuestiones de política, de liderazgo y de formas de gobernar. Pero, en caso de convertirse en el próximo presidente de EEUU, Barack Obama necesitará más que la audacia de la esperanza, título de su último libro.

Análisis: El proceso de designación de los candidatos empezó casi dos años antes de los primeros caucuses y primarias. Arrancó temprano porque los candidatos competían para recaudar fondos, contratar a asesores y hacerse conocer a nivel nacional. Las leyes electorales en EEUU imponen límites a las cantidades con las que pueden contribuir los ciudadanos a título individual y colectivo. Por lo tanto, los candidatos que aspiran a puestos a nivel nacional están obligados a atraer lo antes posible a un gran número de simpatizantes dispuestos a hacer donativos. Establecer ese tipo de apoyo requiere tiempo y personal.

Al comienzo de este ciclo electoral, los candidatos principales eran John McCain y Rudolph Giuliani por parte de los republicanos y Hillary Rodham Clinton del lado demócrata. Pero otros saltaron pronto a la palestra y tuvieron éxito a la hora de recaudar fondos, captar determinadas circunscripciones electorales dentro de su partido y proyectar lo que les hacía resaltar como dirigentes.

Entre los republicanos, Mitt Romney recaudó y gastó más dinero que nadie en la fase competitiva del proceso de designación del candidato de ese partido, casi 100 millones de dólares, de los cuales más de 42 millones los pagó de su propio bolsillo. Romney afirmó ser el más conservador de los candidatos republicanos. Pero se había sumado hacía relativamente poco a las posturas conservadoras en temas sociales como el aborto, el matrimonio entre homosexuales y la investigación científica con células madre. Y esto, junto con el hecho de ser mormón, no fue bien recibido por los protestantes más conservadores y evangélicos que forman una gran parte de las bases del Partido Republicano. Al final, Romney se vio obligado a repartirse el apoyo de los republicanos conservadores en material social con Mike Huckabee, un ministro protestante y ex gobernador del estado de Arkansas, y con el ex senador y actor Fred Thompson.

Giuliani también tuvo problemas con los republicanos más conservadores en materia social en las cuestiones que más les preocupan. No supo identificar y concentrarse en un grupo importante en la coalición electoral del partido, y su campaña decayó a medida que la cuestión del terrorismo perdía importancia. Giuliani vinculaba su fama al hecho de haber sido el alcalde de Nueva York cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre del 2001, y de haber estado en el lugar de la masacre, dirigiendo las operaciones de rescate.

El único otro republicano que demostró algo de fuerza, por lo menos a la hora de recaudar fondos, fue el congresista Ron Paul, un libertario que se opuso a la guerra de Irak así como a la mayoría de los programas gubernamentales de asistencia social, y que tuvo un actitud muy crítica con la Administración Bush. El hecho de que pudiera recabar más de 12 millones de dólares en donativos puso de manifiesto el nivel de descontento de los que creían que George W. Bush se había desviado de los principios básicos de los conservadores.

Al final, ganó McCain. Aunque ni recaudó ni gastó más dinero que los demás candidatos, triunfó gracias a su reputación de ser un republicano distinto, un rebelde dentro de su partido, un patriota hecho prisionero durante la guerra de Vietnam, y alguien que ya había buscado en elecciones anteriores el beneplácito de su partido para ser candidato a la presidencia. Con una imagen de pensador independiente sin pelos en la lengua, de hombre que dice lo que piensa sin importarle demasiado las consecuencias, McCain atrajo a republicanos desilusionados así como a independientes que votaron en las primarias republicanas en muchos estados. Otros factores que ayudaron a McCain fueron la debilidad del resto de los candidatos de su partido, las divisiones entre los republicanos en temas sociales, un sistema adoptado por los republicanos en los estados grandes en el que el ganador se llevaba los votos de todos los compromisarios, independientemente del resultado del voto popular en las primarias y, por último, el apoyo de republicanos importantes, entre ellos sus principales contrincantes cuando estos abandonaban la carrera. Era seguramente el candidato más fuerte que los republicanos podían designar en 2008.

Entre los demócratas, la contiendo duró hasta finales de la primavera. Al principio, Hillary Clinton era la favorita. Conocida y estimada entre los demócratas, recibió además la ayuda de asesores que habían trabajado en las dos campañas presidenciales de su marido y en las campañas que ella libró para ser elegida senadora por el estado de Nueva York. Sin embargo, esos asesores no le ayudaron tanto como se hubiera esperado, si se tiene en cuenta su experiencia. Disputaron entre ellos por tener más poder y acceso a la señora Clinton, no se pusieron de acuerdo en materia de estrategia y tácticas, y proporcionaron información a los medios de comunicación a fin de desacreditarse los unos a los otros. Clinton parecía presa de sus asesores, se arriesgó poco y proyectó un mensaje ambivalente en el que mezclaba experiencia (que afirmaba tener) y cambio (que según dijo conseguiría).

A diferencia de ella, Obama, el recién llegado, pregonaba un mensaje más potente de esperanza, unidad y cambios políticos y de políticas. Este mensaje tuvo eco entre los votantes más jóvenes, entre los independientes y entre los demócratas que se habían opuesto a la guerra de Irak, una guerra que Obama había rechazado desde el principio pero que Clinton apoyó inicialmente. Además, Obama dirigió una campaña hábil, orientada de abajo hacia arriba, que utilizó Internet eficazmente para buscar donativos y voluntarios y hacer correr la voz.

Empleando su excelente oratoria, Obama criticó la política exterior y económica de la Administración Bush. Recaudó más dinero que Clinton, se organizó mejor que ella en los estados pequeños y condujo una campaña estratégica que aprovechó las normativas del Partido Demócrata para maximizar sus apoyos. Asimismo, Obama no adolecía de los factores negativos con los que cargaba Clinton al entrar en la carrera a la Casa Blanca.

Gracias al sistema de voto proporcional, Obama amasó una ventaja que Clinton no pudo superar en cuanto al número de compromisarios que iban a votar a uno u otra en la convención del partido en Denver. Clinton ganó el voto popular en los grandes estados de tradición demócrata, pero Obama consiguió más compromisarios en los estados pequeños, e incluso en algunos de los grandes, en los que Clintón logró más votos a nivel popular. A comienzos de junio, prácticamente se había asegurado la designación como candidato demócrata a la presidencia.

Sin embargo, Clinton tardó en admitir su derrota. Aguantó hasta que los dirigentes del partido proclamaron su apoyo a Obama y le pidieron a ella que se retirase de la carrera. Pero Clinton siguió enojada, al igual que sus simpatizantes, en particular las mujeres. Su irritación se acentuó más todavía cuando Obama eligió al senador Joseph Biden como candidato la vicepresidencia. Clinton y los suyos opinaban que Obama se lo tenía que haber ofrecido a ella al haber terminado segunda en la carrera para la designación. Pero Obama no se planteó seriamente formar equipo con Clinton. Quería distanciarse claramente de las políticas de la Administración Clinton, no deseaba tener a un posible rival como número dos y seguramente no quería ver al ex presidente Clinton en la Casa Blanca ni siquiera cerca de ella.

La convención demócrata, prevista para finales de agosto, se convirtió en la coronación de Obama. Necesitaba reparar las divisiones dentro del partido, generar una sensación de ilusión en él y lanzar su campaña presidencial. Reparar las divisiones resultó ser lo más difícil. Aunque tanto Bill como Hillary Clinton pronunciaron discursos en los que animaban a sus seguidores a apoyar a Obama, algunos de los partidarios de Hillary indicaron que todavía no estaban dispuestos a hacerlo. La raza mestiza de Obama contribuyó al problema, sobre todo entre blancos de la clase trabajadora con pocos estudios.

Sin embargo, Obama pronunció un elocuente discurso, en un estadio de fútbol repleto, que fue bien acogido. Al final, a pesar del descontento de los compromisarios y de los seguidores de Cinton, la convención dio un espaldarazo a Obama que subió en las encuestas de opinión pública, dándole una clara ventaja sobre McCain en la carrera hacia la presidencia.

Los republicanos se reunieron una semana después de los demócratas. Antes de la convención de los republicanos, McCain había empezado a unir a los suyos mediante las críticas a Obama. Su campaña reforzó estas críticas con anuncios negativos que ponían en tela de juicio la experiencia de Obama y su capacidad de juicio. Este esfuerzo logró que los republicanos se unieran para respaldar a McCain, pero sin entusiasmo. Destacados miembros del Partido Republicano lo veían como un rebelde; como alguien en quien no siempre se podía confiar a la hora de defender las posturas políticas republicanas.

Pese a todo, la decisión de McCain de elegir a Sarah Palin, la gobernadora de Alaska, como candidata a la vicepresidencia, sí despertó entusiasmo, sobre todo entre los conservadores en materia social que compartían su acérrima oposición al aborto, al matrimonio entre homosexuales y a la investigación científica con células madre. Además, el discurso que Palin pronunció en la convención, en el que aceptaba el encargo de McCain, conquistó a los compromisarios republicanos y proporcionó a McCain una muy deseada subida en las encuestas de opinión pública. Alcanzó a Obama en los sondeos. A comienzos de septiembre, los dos estaban en situación de empate técnico.

Este cambio en la opinión pública sorprendió a los analistas políticos que habían vaticinado una fácil victoria demócrata. Al fin y al cabo, los demócratas se habían mostrado más entusiastas con sus candidatos durante la campaña de designación, habían donado más dinero y habían acudido a votar en las primarias en mayor número que los republicanos.

Además, la proporción de la población que se identificaba como republicana había disminuido. La paridad entre los dos partidos que existía en 2004 se había transformado en una ventaja significativa a favor de los demócratas a principios de 2008. El porcentaje de los que afirmaban ser independientes también había subido, aunque más de entre ellos decían inclinarse por los demócratas que por los republicanos.

Los demócratas también se vieron favorecidos por los temas que dominaban la campaña. Durante casi todo el año 2007, la mayor preocupación de los norteamericanos fue la guerra en Irak. Aunque los estadounidenses reconocían que el aumento de tropas a largo del verano de 2007 (surge) había mejorado las condiciones sobre el terreno, disminuido las bajas norteamericanas e iraquíes, y colocado al gobierno de Irak en mejor posición para mantener el orden, la guerra seguía siendo considerada como un error; una clara mayoría de los ciudadanos norteamericanos deseaban que sus soldados volvieran a casa.

En diciembre de 2007, la debilidad de la economía y la subida de los precios de la gasolina habían sustituido a la guerra como las principales cuestiones electorales. Durante los nueve meses siguientes, la economía empeoró, el paro subió, la bolsa cayó, se incrementaron las ejecuciones de las hipotecas y el crédito bancario se hizo escaso. El gobierno por su parte tuvo que rescatar a destacadas empresas financieras e hipotecarias, proteger los fondos de inversión y depósitos de los ciudadanos de a pie, y hacer que el crédito volviera a fluir mediante una reducción de los tipos de interés. El Partido Republicano, que llevaba ocho años gobernando en la Casa Blanca, tendría que haber estado en clara desventaja comparado con los demócratas, ya que EEUU se enfrentaba a múltiples problemas: un enorme déficit presupuestario, una ingente deuda nacional, menguantes ingresos en concepto de impuestos y una serie de preocupaciones como la caída en la producción de energía, un aumento en el coste de los cuidados sanitarios, un elevado precio de la gasolina, la subida del paro, problemas persistentes con la inmigración y el estado precario de los sistemas estatales de pensiones de jubilación y asistencia sanitaria para los mayores (Medicare). Era sorprendente que a principios de septiembre, McCain estuviera a la par que Obama, o incluso un poco por delante.

McCain consiguió que la contienda se mantuviera reñida llevando a cabo una hábil campaña en la que cuestionaba la falta de experiencia y juicio de Obama en materia de política exterior y en la que se presentaba a sí mismo como el candidato del cambio. Aunque su elección de Sarah Palin entusiasmó a los republicanos, también minó sus críticas sobre la falta de experiencia de Obama. Además, la forma en que McCain escogió a Palin –se reunió con ella durante tan solo dos horas y le ofreció el puesto– suscitó dudas sobre su propia capacidad de juicio, forma de tomar decisiones y tendencia a asumir riesgos.

Palin no aguantó bien la presión de los medios de comunicación. Su falta de conocimiento de asuntos de política nacional e internacional quedó patente. No conocía la Doctrina Bush de la política exterior norteamericana, y no supo identificar ni un solo fallo del Tribunal Supremo, aparte del que legalizó el aborto. Quedó muy claro que no estaba en condiciones de asumir la presidencia en caso de ser necesario, aunque su campechana forma de ser y sus ideas conservadores en temas sociales siguieron gustando y animando a los republicanos más conservadores.

La campaña de Obama empezó a contraatacar. Sus anuncios vincularon a McCain con la política económica de la Administración Bush; a pesar de la apuesta de McCain por una mayor regulación de Wall Street y la banca, los demócratas hicieron hincapié en que durante la mayor parte de su carrera en el Congreso se había opuesto a que el gobierno asumiera ese papel. Asimismo, apuntaron a las críticas que McCain ha hecho de los llamados intereses especiales, destacando que la mayoría de los altos cargos de la campaña de McCain habían trabajado antes como miembros de grupos de presión que representaban a esos intereses así como los intereses de gobiernos extranjeros.

A medida que Obama afilaba su mensaje negativo y lo dirigía contra McCain, a medida que las condiciones económicas empeoraban, los ánimos del electorado decaían más todavía y la confianza en el gobierno en general y en la Administración Bush en particular retrocedía, los demócratas empezaron a cerrar filas. A mediados de septiembre, su coalición superaba a la de McCain.

Luego llegaron los debates: tres encuentros de 90 minutos entre los candidatos presidenciales de los partidos principales, y un debate de 90 minutos entre los aspirantes a la vicepresidencia. En el pasado, los debates han marcado la diferencia cuando la carrera era reñida. Ayudan al candidato menos conocido a establecer sus credenciales y cualidades profesionales y demostrar lo que sabe. John F. Kennedy, Ronald Reagan y George W. Bush sacaron provecho de los debates que mantuvieron con rivales más experimentados y más conocidos.

En los debates de este año el principal beneficiario ha sido Obama. Transmitió su familiaridad con los problemas internacionales y nacionales igual de bien que McCain, si no mejor. Y entre los dos candidatos a la vicepresidencia, era evidente que Biden contaba con mayores conocimientos.

Después del primer debate, el margen del que disfrutaba Obama en los sondeos empezó a aumentar. Además de su actuación en esa cita, Obama recibió ayuda del deterioro de las condiciones económicas y la crisis crediticia. La sombra económica que se cernía sobre EEUU pasó factura al partido que controlaba la Casa Blanca, es decir, a los republicanos. Sus candidatos para la Cámara de Representantes y el Senado también empezaron a sufrir.

El electorado había dado un giro de 180 grados, desde reelegir como presidente a Bush en 2004 a repudiarle tanto a él como a sus compañeros republicanos en 2008. ¿Quién hubiera pensado en el 2004 que el principal legado del segundo mandato de George W. Bush sería dejar que las condiciones económicas y los asuntos exteriores se deterioraran hasta tal punto que se pusiera en peligro la viabilidad misma del Partido Republicano? ¿Quién hubiera pensado que las decisiones de Bush iban a contribuir a la elección del primer presidente afro-americano de EEUU? ¿Quién hubiera pensado que un hombre que presumía de ser un republicano al estilo de Ronald Reagan, y de seguir las políticas conservadoras de éste, se vería obligado a apoyar planes de rescate en el sector financiero, avales bancarios e inversiones en el sector privado?

Otro cuestión es si Obama y los demócratas le darán las gracias a la Administración Bush. El próximo presidente y el próximo Congreso heredarán una situación desastrosa: una economía en recesión, el mayor déficit presupuestario de la historia, una dependencia cada vez mayor de las importaciones de petróleo, el calentamiento global, una guerra impopular en Irak, condiciones en deterioro en Afganistán, inestabilidad y diplomacia fracasada en Oriente Medio y otras zonas del mundo, proliferación nuclear y cuestiones sanitarias tanto nacionales como internacionales. Y todo eso sólo para empezar.

Del lado positivo, el nuevo presidente seguramente tendrá una mayoría demócrata más amplia en el Congreso. Pero también tendrá que operar dentro de un ambiente político muy cargado, un sistema político que divide el poder y con un público que no se fía del gobierno y de los responsables de la vida pública pero que considera al gobierno como la única opción cuando las cosas se ponen feas, como la única fuerza que puede cambiarlas.

Obama podrá designar a nuevos ministros y diplomático y llenar vacantes en el poder judicial, siempre con la aprobación del Senado. Pero deberá hacerlo con un proceso de designación anticuado y muy lento. En el primer año de los dos últimos presidentes, Clinton y Bush, pasaron un promedio de 8,5 meses entre el momento en que un candidato era presentado hasta que era confirmado y asumía el cargo.

Finalmente, el nuevo presidente probablemente contará con la colaboración de muchos líderes internacionales, ansiosos por trabajar con una Administración que ponga el énfasis en la diplomacia en vez de en la fuerza, en el multilateralismo en lugar del unilateralismo, y en el pragmatismo en lugar de la ideología. Sin embargo, para apaciguar a los que le apoyan en casa, Obama ha prometido renegociar acuerdos de libre comercio, ofrecer ventajas fiscales a los empresas norteamericanas para que permanezcan en el país y subir los impuestos a los que operan en el extranjero, aumentar el tamaño de las fuerzas militares estadounidenses, mantener el uso de la fuerza como opción en la política exterior y, si fuera necesario, pasar por alto la soberanía de otros países, para matar a Osama bin Laden y otros terroristas.

Conclusión: Obama tendrá una agenda muy cargada al intentar abordar cuestiones nacionales e internacionales. Inspira confianza pero al mismo tiempo ha despertado grandes y diversas expectativas. Es una persona inteligente, pero desde luego no es el más experimentado en cuestiones internas o externas. Es eficaz a la hora de comunicar, pero deberá elaborar soluciones antes de intentar venderlas al pueblo norteamericano y a la comunidad internacional. Necesitará de todas las habilidades de liderazgo de las que dispone, algo de suerte y mucha buena voluntad para cumplir con los retos a los que se va a enfrentar como el próximo presidente de EEUU. Necesitará más que la audacia de la esperanza, el título de su último libro.

Stephen J. Wayne
Profesor de Administración Pública, Universidad de Georgetown

Real Instituto Elcano (España)

 


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