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18/09/2008 | Las nuevas inversiones árabes en Occidente

George Chaya

El cambio radical que ha supuesto la posibilidad de que Estados Unidos extraiga los 10.400.000.000 barriles de petróleo que posee bajo su subsuelo, mas los 86.000 – 10 veces el petróleo que los americanos consumen en un año -- que el Servicio de Explotación Mineral dice que hay bajo sus costas, ha marcado un antes y un después este verano en los precios del crudo. Siempre que Obama o McCain cumplan su promesa electoral, el verano de 2008 puede haber abierto la puerta a que por primera vez, una democracia occidental estable controle una de las mayores reservas del planeta. Y las consecuencias deberían alegrarnos.

 

Lo que debería preocuparnos ya es a dónde ha ido el dinero fruto del reciente alza de los precios del crudo este verano, que en palabras de un economista al Wall Street Journal es "la mayor transferencia de riqueza que el mundo ha conocido hasta ahora." Los ingresos de los productores del Golfo se han duplicado de golpe, dando a las naciones de la región centenares de miles de millones de dólares con los que jugar.

¿De cuánto hablamos? Las monarquías árabes o sus sucedáneos (Irán, Libia) son opacas, pero Brad Setser, del Council on Foreign Relations, estima que hablamos de 1,5 trillones de dólares. La pregunta de qué se hace con ese dinero dista por tanto de ser trivial, y a sabiendas de la naturaleza de estos estados, las consecuencias que puede acarrear este dineral para Occidente deberían hacernos temblar.

¿A qué juegan con ese dinero? Además de casos como el Irán con Hezbolá o los saudíes con Al Qaeda, a adquirir bonos a través de intermediarios financieros europeos y a desactivar su mala imagen a través de las relaciones públicas. Arabia Saudí, por ejemplo, prometía 500 millones de dólares para el Programa Mundial de Alimentos. No es tanta generosidad como salta a la vista: dentro de que las promesas de los países árabes siempre llegan con mayor facilidad que las donaciones reales y que muchos miembros de la Liga Árabe tienen aún por honrar sus promesas, el Sunday Times londinense informaba de que el difunto monarca saudí Fahd gastó alrededor de la mitad de ese importe (250 millones de dólares) en "renovar" su Palacio de Mar Mar (Marbella, España). Funcionarios americanos están seguros de que Fahd y su séquito habrían gastado 2.000 millones de dólares, cuatro veces más que sus donaciones al hambre en el mundo.

Los recientes casos simpáticos, como la compra del Manchester City por parte de Abú Dhabi, constituyen solo la cara agradable de este problema. El motivo de que el reciente alza del crudo suponga una amenaza para la seguridad nacional de los países occidentales no es otro que el hecho de que la forma más constante de “generosidad” árabe viene siendo desde los 70 la financiación al jihadismo, a través de una red global de distribución de madrazas, mezquitas, organizaciones humanitarias fachada y activismo anti-israelí (y cada vez más, anti-cristiano). Según una fuente solvente, solamente Arabia Saudí habría gastado ya en esto 75.000.000.000 dólares.

En la actualidad ha surgido además una nueva tendencia, la llamada "jihad residente". En esta variante, uno de los ricos fondos soberanos de inversión árabes, a través de alguna filial europea, se hace con el control de alguna empresa interesante para el avance de sus intereses, medios de comunicación preferentemente. El gobierno alemán plagiaba recientemente la ley norteamericana que impide que firmas extranjeras adquieran paquetes de acciones sustanciales de grupos de comunicación, con el fin de disuadir el inusitado interés que las cadenas alemanas parecen haber despertado a los fondos árabes soberanos. El gobierno austríaco se dispone a hacer lo propio, e Italia está evaluando la posibilidad de que sus leyes de contenidos no sean lo bastante estrictas como para servir de ayuda. La industria del entretenimiento sin embargo está completamente expuesta, en especial el cine. La financiación saudí de los últimos años a la Meca del cine dio lugar por ejemplo a la película reciente "El Reino". La cinta suscitó todo tipo de críticas por el descarado intento por parte de uno de los países más represores del planeta por venderse como firme colaborador de Estados Unidos tras el 11 de Septiembre y por su ausencia de fidelidad a la realidad; sin ir más lejos, la protagonista se paseaba con un atuendo tal que de haber estado realmente en Ryadh, habría acabado encerrada por la policía religiosa, y con suerte solo eso.  

Que los productores árabes de petróleo persiguen agendas propias con dinero occidental no debe sorprender ni escandalizar a nadie. Pero la histórica transferencia reciente a las naciones más cuestionables del mundo debería suscitar preocupación, no sonrisas. Hacer frente a este problema implicará un compromiso general y serio más firme que comparecer ante los medios cada cierto tiempo para declamar los valores universales de diálogo, hermandad y amor universal a Naciones Unidas.

George Chaya es licenciado en Derecho y Ciencias Sociales y analista en geopolítica y Oriente Medio. Asesora a varios gobiernos de América Latina en materia de Oriente Medio, y dirige la oficina de prensa del Consejo Libanés de la Revolución de los Cedros.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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