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Dossier Joseph Ratzinger  
 
19/04/2005 | Ratzinger y la crítica a la velocidad

Juliana Enric

El cardenal decano pronuncia su segunda homilía en quince días, con claro acento programático

 

D espués de un domingo lluvioso y antipático, Roma amaneció ayer primaveral pero matizada por un velo de tul. Sobre esa luz matinal e indecisa, el cardenal Joseph Ratzinger se dispuso a escribir algunas certezas durante la homilía de la solemne misa Pro Eligendo Pontifice. Sus palabras eran de nuevo esperadas y con toda seguridad no decepcionaron a los partidarios de una continuidad pontificia sin fisuras. Ratzinger transmite una seguridad doctrinal que sólo puede ofrecer un teólogo alemán.

Es un personaje de una inteligencia fascinante. No es fácil escribirlo, puesto que existen numerosos prejuicios en su contra. Algunos de ellos seguramente fundados. Ejercer de guardián de la ortodoxia nunca ha sido un oficio simpático. Llegada la hora grave, el cardenal decano no se anduvo ayer por las ramas: "Tener una fe clara según el credo de la Iglesia es etiquetado a menudo como fundamentalismo, mientras el relativismo, el dejarse llevar hacia aquí y hacía allá según los vientos de las doctrinas, puede parecer un comportamiento a la altura de los tiempos. De esta manera se va configurando una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo admite como última medida de las cosas el yo y sus deseos". tiempos inciertos, que vale la pena reseñar. "La pequeña barca de muchos cristianos -dijo- se ha visto zarandeada por continuas corrientes ideológicas que la han desplazado de un lado hacia otro, del marxismo al liberalismo y de éste al libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo y de aquí a las numerosas sectas que cada día se asoman al escenario humano". Palabras firmes. Programa, programa..., programa tedesco horas antes de comenzar a votar en el cónclave.

La crítica al relativismo entusiasma hoy a mucha gente, también fuera de la Iglesia católica. En un mundo en el que todo fluye, en el que tantas cosas parecen en crisis sin que la crisis se manifieste en forma de colapso material e inmediato, los puntos de referencia vuelven a cotizar alto: las identidades, las convicciones, las tradiciones, el Estado, la autoridad... todo aquello que sea o parezca capaz de resistir el frenesí de la movilidad.

Lo cual, sin perder el hilo de Ratzinger, nos conduce -cómo no- a otro pensador alemán contemporáneo. Al filósofo Peter Sloterdijk, quien sostiene que todo pensamiento verdaderamente crítico deberá fundamentarse en el futuro en la crítica al "movimiento en sí mismo", a la aceleración frenética de la modernidad. Sloterdijk, que ha participado estos días en densos debates de la televisión alemana sobre la figura de Juan Pablo II, no es católico y se define, con cierto aire de provocación, como "nieztscheano de izquierdas". "Mientras Oriente se acelera, Occidente sentirá cada vez más la necesidad de una nueva quietud", afirma en el ensayo Eurotaoísmo, título que desde el ángulo Ratzinger quizá pueda considerarse fruto prohibido; tentación sincrética.

La crítica a la velocidad no es nueva. Ya se planteó en los años treinta en un momento de fuerte aceleración tecnológica, cuando aviones, automóviles y centrales eléctricas sugerían un futuro perfecto. En Italia, los futuristas escribían odas a los aeroplanos y en Rusia, Vladimir Maiakowsky se extasiaba, antes de suicidarse, con la industria pesada. El fascismo, el comunismo... la historia en movimiento.

Tremendamente metódico, Ratzinger expuso un programa nítido y mostró su indiscutible capacidad para desarrollarlo. De una manera tan alemana, tan sistemática, que quizá no sea él el nuevo Pontífice. Pero sería banal calificarlo de anacrónico, reaccionario o conservador. Ratzinger propone el cristianismo como marco de una sociedad fluida. Sloterdijk invoca la quietud como pensamiento crítico. Y la televisión mundial y global, puro movimiento, espera ansiosa e insomne la fumata; blanca, móvil e inaprensible. Tan sutil: el humo y la certeza.

La Vanguardia (España)

 


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