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El Universal (Mexico)

 

04/03/2008 | Kosovo, o la trampa del Estado-nación

Jean Meyer

Las condiciones en las cuales evolucionaron desde el principio de su historia los pueblos que ocupan actualmente el espacio que va del mar Mediterráneo hasta el mar Báltico por un lado, de Alemania hasta Rusia por el otro, son incontestablemente las más complejas y confusas que pueda uno imaginar.

 

Los desplazamientos de poblaciones y las modificaciones de fronteras se han sucedido a lo largo de los siglos en condiciones muchas veces trágicas y todos estos pueblos han conocido una historia atormentada con periodos de apogeo hasta imperial o casi, derrumbes espectaculares, cambios radicales de alianzas cuyo recuerdo persiste en forma de “memoria” enfermiza que nutre y resucita numerosas querellas.

El historiador podría decir: “Todo empezó en Kosovo, todo termina en Kosovo”. ¿Por qué? Kosovo era en el siglo VII un sitio ocupado por la antigua nación albanesa, la cual fue poco después empujada hacia el poniente y el sur por unos eslavos que formaron su primer principado alrededor de Kosovo en el siglo X, y por eso los serbios de hoy dicen con razón arqueológica que es la cuna de Serbia. Pero en1389, en el campo de batalla de Kosovo Polié, el sultán turco y sus vasallos cristianos, entre los cuales varios príncipes serbios, derrotaron al príncipe Lazár de Serbia. Me brinco cinco siglos de historia del imperio otomano, de conversiones de contingentes serbios y albaneses al islam, de desplazamientos de naciones, para llegar al año de gracia de 1911 cuando el derrumbe final del imperio otomano empezó con el levantamiento de los albaneses de Kosovo, preludio a las guerras balcánicas de 1912 y 1913 y a la guerra mundial de 1914-1918. Al final resultó una gran Yugoslavia que aglutinó alrededor de Serbia a Slovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, parte de Macedonia, Voivodina y Kosovo.

Fuera de la Albania ahora independiente quedaban los albaneses que formaban 80% de la población de Kosovo y 33% de Macedonia.

En la Yugoslavia comunista y federal del mariscal Tito, Voivodina y Kosovo gozaron de un estatuto de relativa autonomía en el seno de la república de Serbia. Y 10 años después de la muerte de Tito, una vez más “todo empezó en Kosovo”, en este caso, la desintegración de Yugoslavia, cuando el líder serbio Milosevich, pasando del marxismo-leninismo al ultranacionalismo de la gran Serbia, canceló de un plumazo la autonomía de Kosovo, provincia que los serbios llaman Metohija. ¿Todo estará terminado en Kosovo hoy, con la independencia de ese pequeño cantón de Europa? Espero que sí, pero no se puede ser demasiado optimista, cuando se ve el furor nacionalista de ciertos serbios y el apoyo que reciben de Moscú, China e India, y la perplejidad de una Europa dividida.

Un Estado más, según uno de los principios proclamados por la Revolución Francesa, el famoso derecho de los pueblos a disponer de sí mismo. Sí, pero ese famoso principio era y es demasiado geométrico y la realidad nunca funciona con tanta pureza y por lo mismo cada nación no tiene su Estado, a suponer que nos podamos poner de acuerdo en definir qué es una nación (o pueblo) y qué es un Estado.

El otro legado de la Revolución Francesa es precisamente la idea, mejor dicho el programa de Estado-nación, de Estado nacional, programa seductor y mortífero que ha funcionado entre nosotros y que sigue realizándose a fuego y sangre en el resto del mundo. Cuando se fundaron las Naciones Unidas hace cerca de 60 años, el número de los estados andaba por los 50 y ahora va por los 200, con una aceleración impresionante desde la implosión de la URSS y la explosión de Yugoslavia. Nos prometen que por culpa de los kosovares mañana proclamarán su independencia los micro-micro-estados de Abjazia y Osetia del Sur (contra Georgia) y de Transnistria (contra Moldavia); pero si los rusos apadrinan dichos estados liliputianos, les puede reventar un día todo el Cáucaso, empezando por Chechenia, y a los chinos no les gustó para nada la independencia proclamada por los kosovares porque tienen en la mente las “cuestiones” del Tíbet y Xinzhiang y Taiwán. España, piensa en vascos y catalanes.

Ya son demasiados los estados independientes en la comunidad internacional, no cabe duda, y de seguir el movimiento podríamos llegar a miles de estados-nacionales. Y también sufrir interminables cambios de fronteras: es muy probable que los serbios de Kosovo, reconcentrados en el norte de la provincia, logren su anexión a Serbia; luego, ¿cómo impedir que los serbios de Bosnia se incorporasen a Serbia y los croatas de la misma a Croacia?, y mañana los albaneses que forman 90% de la población de Kosovo se unirían a Albania, así como los albaneses que forman la tercera parte de Macedonia. Si proyectamos este esquema sobre África, la India, Pakistán, sería una pesadilla.

Uno se sorprende al soñar con los grandes imperios difuntos que, mal que bien —tampoco se trata de idealizarlos— reunían bajo su inmensa sombrilla un sinfín de naciones, pueblos, tribus, clanes y lenguas. El Estado-nación es demasiado cuadrado; sé de alguien que consiguió hace poco la nacionalidad mexicana. Nació en la antigua Yugoslavia, en Mostar, la ciudad del hermoso puente destruido por el odio y reconstruido por la Unión Europea, en Bosnia-Herzegovina. Era ciudadano yugoslavo, de padre serbio ortodoxo y de madre croata católica, con un abuelo húngaro y una abuela bosnia musulmana. Volverse mexicano fue la solución, puesto que ya no tenía ningún lugar entre tantos flamantes y excluyentes estados.

Nos guste o no, el divorcio entre kosovares y serbios después de la tragedia provocada por Milosevich a partir de 1988-1989, era inevitable. Los kosovares acaban de oficializarlo pero la comunidad internacional, atrapada en sus contradicciones, sabía muy bien que eso iba a pasar. No pudo aprovechar estos últimos años durante los cuales Kosovo fue de hecho un territorio bajo mandato de la ONU. ¡Ojalá y la Unión Europea pueda funcionar como un imperio benévolo que permita a serbios, kosovares y demás naciones balcánicas vivir en paz!

jean.meyer@cide.edu

Profesor investigador del CIDE


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